HAY DOS FORMAS DE CREER


En el Evangelio hay dos formas de creer. La fe que necesita ver milagros para creer,  y la fe que hace milagros.

Jesús subió a un monte, lugar de amplia visión, toma de decisiones y grandes acontecimientos. Lugar de oración, y encuentro con el Padre y llamó y eligió a los que Él quiso, de entre un número amplio de seguidores y se reunieron con Él. Es Jesús quien llama, quien toma la iniciativa; sin embargo  los discípulos, sienten la vocación de seguirle y se congregan con Él. El discípulo es llamado por Jesús, para vivir junto a Él en la intimidad, aprender de Él y formar parte de su grupo, que requiere una fidelidad y relación de amistad, que dan lugar a compartir, dudas y experiencias; todo un aprendizaje durante tres años en el conocimiento y doctrina del Maestro. Este encuentro personal con el Señor, les transmite una forma vivir, pensar y actuar como Él. Este es un orden sólido y determinante, para, para a continuación "enviarlos a predicar: Y les dijo: "Id por todo el mundo y anunciad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer será condenado. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y si beben un veneno mortal no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos." Mc 16, 15-18 sin embargo la respuesta de adhesión al Señor es libre en cada uno.

Yo soy el buen pastor, el buen pastor da su vida por las ovejas. No así el asalariado, que no es el pastor,  ni las ovejas son suyas (Jn 10, 11-12)
Cuántas veces hemos leído: “He venido para que viváis y viváis en abundancia, he venido para que tengáis una vida en plenitud”. Estamos llamados a vivir la gracia de Pentecostés, hemos recibido el Espíritu, espíritu de vida. Pero somos conscientes de que todavía no hemos llegado a la plenitud, sino que estamos de camino. ¿A quién seguir para llegar a esta meta? A Jesús que es nuestro maestro. Él es nuestro maestro y nosotros somos sus discípulos y tenemos que ir aprendiendo con el esfuerzo de cada día a seguirle más de cerca.

Hoy el Señor ha sido grande con nosotros, hemos aprendido la lección todos somos Zaqueo, todos buscamos al Señor pero es el quien nos busca a nosotros, es él quien nos llama para darnos su amistad y brindarnos la salvación con un gesto muy humano y divino al mismo tiempo, Él nos enseña el camino “entrad por la puerta estrecha,  porque ancha y amplia es la puerta que lleva a la perdición y muchos son los que entran” Mateo, 7, 13
 Es el Señor mismo quien nos regala su Amor pero espera que le abramos la puerta de nuestro corazón para que entre él y sane y cure nuestras heridas, Él es el que tenía que venir como decían los Profetas, es el Cristo, el Hijo de Dios Vivo. Él es el camino, la verdad y la Vida, (Juan, 14-6.)
Como Zaqueo, hay que dejarse mirar por el Señor. Su mirada nos salva, nos libera y lo invade todo, él regenera todo nuestro ser.

«Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda?
Tengo que ser bautizado con un bautismo ¡y cómo me siento urgido hasta que se lleve a cabo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino división. Pues desde ahora, habrá cinco en una casa divididos: tres contra dos y dos contra tres, se dividirán el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra». (Lucas 12, 49-53)  como profetizó Zacarías cuando nació su hijo Juan el Bautista, Tú has venido al mundo «para iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lucas 1,78).
¿Cómo dices ahora que no has venido a traer paz sino división? Lo que pasa es que  hablo de dos paces distintas: la paz del alma, que se consigue a base de lucha personal contra los propios defectos, y la paz exterior, que es la tranquilidad producida por el consenso y la unidad.
Ambas paces son buenas, pero lo importante es la paz interior, fruto de la santidad personal.
Como a los apóstoles también me dices: «en la casa en la que entréis decid primero: paz a esta casa» (Lucas 10,5). Jesús, quieres que el cristiano sea un sembrador de paz y alegría, fruto de su unión con Dios.

Es el fuego del Espíritu Santo que se posa sobre los apóstoles y que les impulsa a salir al mundo para encender esa llama y esa luz en otros corazones. Es el fuego del apostolado que se robustece en la oración. ¿Cómo cuido mis ratos de oración personal contigo? ¿Me sirven para encenderme por dentro, para llenarme de amor a Ti y de afán apostólico? Jesús, Tú has venido a traer fuego a la tierra, y ese fuego ha prendido en el corazón de los apóstoles y de tus discípulos de todos los tiempos hasta llegar a mí. Ahora me toca a mí recoger esa llama, tomar esa antorcha de la fe y recorrer mi parte en esta batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar
No quiero enfriarme y dejar que ese fuego se apague. Para ello y para que esa llama alumbre y dé calor a muchos otros, he de unirme a Ti cada día en la oración, y frecuentar los sacramentos sobre todo la eucaristía.
El Señor nos envía a trabajar en su viña, para el Señor no hay edades, todos somos útiles, grandes y pequeños, jóvenes y adultos. Para él todos somos iguales, sea la edad que tengas. Cuando él llama ya sabe lo que tienes que hacer, incluso como. Él te pondrá lo necesario para el camino, y si no puedes Él te capacitara, para hacer su Voluntad. Solo confía. Como María a los pies de Jesús, ella no entendía muchas cosas, pero confiaba en la voluntad de Dios. Como Carlos de Foucauld, “Lo acepto todo con tal que tú Voluntad se cumpla en mí, sea lo que sea y como Tú quieras. Porque tú eres mi Padre.”

Os ruego que releáis la carta de San Pablo a los Efesios capítulo 4  Leedla toda por favor. Para no entristecer al Espíritu Santo, con el cual fuimos sellados (en nuestro bautismo) para el día de la redención.
El camino de Emaús se convierte así, en símbolo de nuestro camino de fe: las Escrituras y la Eucaristía son indispensables para el encuentro con el Señor. Viendo tristes y abatidos a dos de sus discípulos que después de su muerte regresan a su pueblo, Jesús se les acerca, pero ellos no lo reconocen, Jesús, primero la ayuda a entender que la pasión y muerte del Mesías estaban previstas en el designio de Dios y preanunciadas por las Escrituras. Así reenciende el fuego de la esperanza en el corazón de estos discípulos que lo invitan a quedarse con ellos. Jesús acepta y en la cena bendice el pan y lo parte. Ellos lo reconocen pero Él desapareció de su vista dejándolos llenos de estupor. Inmediatamente regresan a Jerusalén para referir a los otros discípulos esta experiencia. También a nosotros la vida nos hiere y nosotros vamos tristes hacia nuestra Emaús, dando la espalda al designio de Dios.

Palabra de Dios y Eucaristía: leer cada día una parte del Evangelio, recuérdenlo bien, leer cada día una parte del Evangelio y los domingos ir a hacer la comunión, a recibir a Jesús. Así sucedió con los discípulos de Emaús, han recibido la Palabra, han compartido la fracción del pan, y de tristes y derrotados que se sentían, se sintieron alegres. Siempre,  hermanos y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría. ¡Recuérdenlo bien! ¡Cuando estás triste o algo así, toma la Palabra de Dios! ¡Cuando estás desanimado, toma la Palabra de Dios y ve a la Misa del domingo a hacer la Comunión, a participar del misterio de Jesús! Palabra de Dios, Eucaristía: nos llenan de alegría.
Por intercesión de María Santísima, roguemos para que todo cristiano, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, especialmente en la Misa dominical, redescubra la gracia del encuentro transformante con el Señor, con el Señor resucitado, que está con nosotros siempre. Hay siempre una Palabra de Dios que nos guía en nuestra desorientación; y a través de nuestros cansancios y desilusiones, hay siempre un Pan partido que nos hace seguir adelante en el camino.

Y recuerda la Iglesia NO es una ONG, lo dice el Papa Francisco.  La Iglesia debe de anunciar el Evangelio,  no se trata de hacer cosas para entretener a la gente, para esto ya están otras instituciones, no es su cometido. Es y está fundamentada en la tradición Apostólica, en la enseñanza de los Apóstoles (Papas, Obispos, y Santos Padres) con sucesión ininterrumpida hasta nuestros días.  Los Santos son nuestros maestros, nuestros guías. Cada cual es diferente el uno del otro, pero todos seguían el mismo camino,  Jesucristo. Les guiaba la misma fe, la misma que profesamos tú y yo, no hay nada especial,  lo especial de cada uno es su entrega y amor hacía Cristo Resucitado, esa es la única razón de su existencia, vivir con y para el amado.  La respuesta del Padre fue “Este es mi Hijo amado, y estoy muy complacido en Él” Mateo, 3. Ojala cuando Dios nos llame a su Presencia podamos oír al mismo Jesús interceder por nosotros con las mismas palabras que el Padre pronuncio ante Juan el Bautista
Paz y Bien
RV


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