¿Porque se cierran parroquias?


Ante la publicación del Diario de Mallorca, referente a nuestro Obispo, me he permitido hacer una reflexión para que todos tomemos conciencia de que así no se deben de hacer las cosas.







¿Por qué se cierran parroquias?
Los obispos no cierran las parroquias; es la gente quien lo hace. Si bien es cierto que, jurídicamente, los obispos son los encargados de dar el certificado de reconocimiento de apertura, cierre o fusión de las parroquias, es, en última instancia, el pueblo de Dios el que crea o retira la necesidad de contar con una parroquia.  La asistencia regular a misa dominical ha decrecido al grado que solo 15% de los católicos lo hacen. Se ha producido un fallo en la evangelización, pero las heridas más profundas están en la disminución de la asistencia a misa y nuestra incapacidad de transmitir la fe. Actualmente estamos enterrando la última generación a la que se le enseñó que la misa del domingo era una obligación que debían cumplir bajo pena de pecado mortal.
 Existe una responsabilidad compartida. Es fácil enfadarse con obispos y sacerdotes cuando se cierran las parroquias. Años de mala catequesis, la falta de predicación efectiva, y liturgias mal celebradas han pasado factura, y el clero debe soportar la primera responsabilidad en esto. Sin embargo, la disensión y división entre los fieles y una deriva de la práctica de la fe, son también factores importantes. Hay muchos sacerdotes que no predican con firmeza ni insisten en una doctrina clara. Eso se paga muy caro, sí, pero al final del día, el clero no puede asumir la responsabilidad completa del problema, ni pueden abordarlo por sí solo. ¿Por qué? Debido a que los pastores no tienen ovejas. La evangelización no puede ser sólo un problema para la rectoría; en última instancia es un problema familiar. Los padres y abuelos deben hacer más para convocar a sus hijos en casa y ser testigo de la fuerza transformadora de la liturgia y de los sacramentos.
 ¿Tiene la culpa la liturgia? Muchos culpan a la liturgia de la Iglesia católica como “aburrida”, “monótona” e, incluso, “banal”. Las soluciones a este tema son muchas veces desconcertantes y no logran su cometido, atrayendo solamente a porciones muy pequeñas de fieles.  Por ejemplo, algunos han animado la reintroducción de las  misas familiares.  Con todo el encanto que esto puede tener, en que esta forma de expresar la liturgia atraiga a más de uno por ciento de los asistentes a misa. Por lo tanto, el problema parece más profundo que las formas externas.
 El corazón del problema es un malestar general. Hay poca urgencia; pocos parecen sentir la necesidad de la fe, la Iglesia, los sacramentos, o la Palabra de Dios. El universalismo (que todos se salvarán) y el relativismo (todo es verdad) dentro y fuera de la Iglesia han jugado el papel más importante en el problema. Lo que ofrece la Iglesia “no es necesario”. Sus problemas “no son los problemas de la modernidad”.  La opinión común en nuestra cultura es que la religión es un poco más o menos que un accesorio agradable para la vida, pero por lo demás, ¿a quién le importa?
 ¿Y cómo poder detener la erosión en la práctica de la fe católica? Como dice Ralph Martin, el primer paso debe ser revivir una visión más bíblica –de urgencia– respecto a la salvación. El hecho de que muchas personas, incluso entre el clero, digan que la salvación “no es un problema”, no significa que no lo sea. Jesús dedicó muchas horas de predicación y muchas parábolas para advertirnos sobre la necesidad de atender a la salvación que Él ofrece. Pero esto se encuentra hoy en un mínimo histórico, un mínimo que no considera la confesión de los pecados, la frecuentación de la Sagrada Escritura y la recepción de la Eucaristía como la vía regia para salvar nuestra alma.
 No caer en la elusión del llamado “discurso del miedo”. Muchos le temen al llamado a temerle al juicio de Dios. Pero algunas cosas deben ser temidas, incluyendo nuestra tendencia a ser de corazón duro y a ser necios con respecto a la Gracia. A preferir las cosas del mundo frente a las verdades eternas.  El pánico en efecto no es útil.  Pero la sobriedad, la necesidad vital de los sacramentos, la Palabra proclamada, la comunión y el poder transformador de la liturgia, sí que lo son
Es triste perder edificios, muchos de ellos obras de arte, pero es aún más triste para reflexionar sobre la pérdida humana que los edificios vacíos representan.
¿Pero que hay que hacer?
En estos tiempos que corren tan difíciles, de crisis económica y desgarro moral de la sociedad. Es cuando los creyentes tenemos la obligación de poner en práctica nuestra fe. Demostrando al mundo, que somos cristianos y que nuestro fondo espiritual, proviene de lo sobrenatural. Somos personas, cuya fe y creencias heredadas de nuestros mayores, representa un todo, en nuestras vidas. Somos gente, que nos movemos entre todos los demás, pero tenemos un carácter que nos hace especiales y diferentes.
Creemos en Jesús resucitado. Creemos en que la labor de apostolado, es pieza clave, para que esta sociedad de corrupciones a todos los niveles, mejore con el ejemplo y las enseñanzas de nuestro Señor.
Está claro, que la sociedad de nuestros días se ha ido radicalizando, sobre todo, en lo que se refiere a la postura, en cuanto a la iglesia católica. Posiblemente por asuntos de todo tipo, desde la pederastia, hasta temas, como el aborto, o la falta en muchas ocasiones de sensibilidad y adaptación con los tiempos que corren de la jerarquía eclesiástica.
Pero eso no quiere decir, que las personas, los seglares católicos, que tenemos muy enraizada nuestra fe. No intentemos dar ejemplo a nuestros semejantes, con nuestras palabras y obras, con nuestra forma peculiar de ver la vida. Intentando en el  día a día, ser verdaderos apóstoles y discípulos del Maestro.

Hay muchas personas, más de las que imaginamos, cuyas creencias les están ayudando mucho, para vivir, en estos días tan duros y penosos.
Eso sí, hay que tener la convicción de que vendrán tiempos mejores. Y que nuestros gobernantes se pondrán las pilas, para dirigir con alza de miras este barco,  casi zozobrado y que se llama España.

Por eso, con el buen hacer de todos y el trabajo común, llegaremos a buen puerto. Y por eso, los seglares católicos, que somos la militancia de base de la iglesia católica, que es su verdadera fuerza, estaremos ahí. Ayudando, a hacer una sociedad más justa y mejor, donde todos alcancemos el estado de bienestar que nos pertenece por derecho y que hemos perdido, por la mala gestión de nuestros gobernantes, durante estos últimos años.

En la iglesia inicial no había espectadores; el 100% de las personas participaban en proclamar el Evangelio de Jesús. Y, aunque igual que entonces, no todos estamos llamados a ser sacerdotes, todos estamos llamados a servir a Dios. Por tanto, debemos esforzarnos para que todos participen. La pasividad no es una opción. Si alguien quiere sentarse y ser servido por los demás, que busquen otro sitio. 

  La iglesia del primer siglo, los cristianos se amaban y cuidaban unos a otros. La iglesia no es un negocio, ni una ONG ni un club social. La Iglesia es una familia. Para que nosotros experimentemos el poder del Espíritu Santo como en la Iglesia primitiva, tenemos que convertirnos en la familia que ellos eran.

Cuando la Iglesia primitiva se reunía celebraban la Eucaristía, conmemorando la última cena “con alegría y sencillez de corazón”. Debemos entender y enseñar que la Eucaristía es una celebración. Es un festival, no un funeral. Es el banquete de Dios. Cuando la Eucaristía es alegre (y litúrgicamente rigurosa), la gente quiere estar allí porque buscan alegría. ¿Crees que si nuestras iglesias estuvieran llenas de corazones alegres, de palabras alegres y de vidas llenas de esperanza, atraeríamos a los alejados? 

¿Entonces porque están vacías?
A mi modo de ver lo están porque nos hemos equivocado en vez de evangelizar, hemos cristianizado a la gente, pasando de una catequesis infantil de 1ª comunión, y así todos los sacramentos. No hemos sabido “crear comunidad” lo que tenemos es una parroquia dispensadora de servicios religiosos y más aún unos cristianos parvulitos que son los que buscan los servicios religiosos, los hay gracias a Dios que han madurado en la fe, pero estos no son el número suficiente para hacer fermentar a la masa.

Si es la figura del “párroco” este al llegar a una parroquia se crea su “grupito de seguidores, “Fans” y cuando éste se marcha de la parroquia estos seguidores se van con él. Y que queda,  pues una parroquia desolada a la espera del siguiente de turno. Y es que el que vendrá pues como no son sus grupitos no le irá bien los que hay. Nada,  siempre lo mismo. Volver a empezar de nuevo. Eso pasa porque no “construimos la comunidad” la parroquia es la comunidad,  de comunidades y grupos parroquiales.

Que se cierra una parroquia? Ya tenemos el grito en alza!!  Pero de que nos quejamos….? Si solo es un “supermercado” y perdón por la expresión, los que más se quejan son los que solo emplean la parroquia por los servicios que se dan, no es porque es “SU COMUNIDAD. A penas conoces al que está sentado a tu derecha, ni al enfermo, ni a la viuda. Solo si es un pueblo o barriada les conoces de vista, pero nada más.

¿Es esta la comunidad que espera Dios de nosotros en el siglo XXI?
¿Quién tiene la culpa?  No culpemos a nadie pues todos somos culpables, ni el Obispo, ni el párroco, ni la monja, TODOS!!
Será necesario que nos tomemos las cosas en serio de una vez por todas, sino cada vez habrá más desorientación y pesimismo. No es de extrañar que  los templos no serán necesarios en el siglo XXII, verdad?
Rafael Verger  OFS

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