¿DIOS ME LLAMA A MI?


Y PORQUE NO?

Dios pensó en ti y te da señales, y se sirve de unos sucesos o personas concretas, y no de otros, para que la persona sepa qué por dónde le quiere llevar. Dios orienta, no desorienta.
Somos un diálogo, y podemos oír unos de otros. Y en ese diálogo el primer interlocutor siempre será Dios, el que primero ha hablado (creando el mundo y a nosotros) y el que no deja de hablar y llamar a todas las personas con un plan muy concreto y muy específico para cada uno. “No vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina” Por eso nada hay mejor, para descubrir y seguir la voluntad de Dios, que la oración.  Cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual, un proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz interior del Espíritu.

Muchas personas están como a la espera de Dios, cuando en realidad sólo se avanza cuando nos damos cuenta de que es Él quien está y estará siempre esperando nuestra respuesta. Normalmente en cosas muy pequeñas pero constantes; otras veces −son los hilos de una  vocación personal y concreta,  respuestas que cambian el rumbo de la vida y orientan y comprometen la vida entera.
“La llamada del Señor −cabe decir− no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Pues Dios habla y llama bajito. Por eso necesita silencio. Sólo el silencio es creación.

Las huellas que marcan la vocación son difusas. No sólo, o no tanto, porque haya quienes viendo las huellas descubran la voz de Dios y otros, viendo las mismas huellas, ni siquiera se fijen. Sino porque forma parte de ese modo discreto de obrar de Dios el hecho de que su voz no sea nítida. Si su marca fuese tan nítida y clarísima como a veces algunos desean, las personas sólo se decidirían cuando tienen certeza: o sea, nunca. Dios es la verdad, no la certeza. La verdad es ese ámbito suficientemente claro y difuso a la vez que permite no saber si es Dios el que me está hablando o soy yo el que lo está viendo o pensando (es la típica pregunta que me hago yo: ¿Cómo sé en la oración si lo que pienso viene de Dios o es un pensamiento mío? ¿Cuánto hay de gracia de Dios y cuánto de obra y razón humana?
Para dar un paso, incluso físicamente, es necesario arriesgar. En la inmensa mayoría de los pasos que damos ni nos fijamos en el suelo que vamos a pisar. Simplemente nos fiamos… ¿No tiene  más sentido fiarnos de Dios que del suelo que pisamos? La llamada de Dios siempre da suficiente claridad como para dar el siguiente paso y seguir, para arriesgar sin miedo. “El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo” Dios requiere urgencia, no retrasos. En los tiempos que corren se identifica prudencia con responder tarde o más tarde. Pero eso no es prudencia, eso es como mínimo perder el tiempo y hacérselo perder a Dios. La voz de Dios no se razona. Se trata de una intuición, más que de un laborioso razonamiento La vocación se intuye y se sigue, y como consecuencia de seguir esa intuición divina, se ponen de verdad todos los medios para discernir correctamente.

Examina tu corazón, que es lo que  bulle quizá, desde hace tiempo, la ilusión de algo grande. Piensa si no será Dios el que te está hablando bajito, con las palabras de un amigo, tras la aparente monotonía de la vida. Considera quién golpea suavemente tu alma. Quizás lleve tiempo hablándote, y no lo hayas descubierto todavía, como les sucedió a aquellos dos discípulos que caminaban con Él hacia Emaús. Jesús caminaba a su lado, alejándose de Jerusalén, como un peregrino más. Les hablaba con el acento de su tierra. Solo cuando rezaron con Él se dieron cuenta de que habían estado largo tiempo junto al Señor sin saberlo. Y exclamaron: ¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino?

Dice un refrán Hindú; Cuando el aprendiz está maduro, encuentra a su maestro.


Comentarios

  1. Que esplendida reflexión nunca lo había visto así, gracias
    Luis Segura
    Madrid

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares