¡No es lo mismo coger la cruz que amar la cruz!
Las condiciones que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: “Si alguno quiere venir en pos de mí – Él dice -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23)”
Parece que el sufrimiento es una condición para ser buen cristiano. En cambio la lógica divina es muy diversa de la humana. ¿Cómo ve Dios la relación entre lo bueno y lo malo, entre la felicidad y el sufrimiento, entre la cruz y la resurrección? ¿Qué significa tomar la cruz cada día, como condición para seguir a Jesucristo?
Se
entiende fácilmente que Dios no goza con el dolor ajeno; si así fuera, no sería
un Dios bueno sino un sádico. También parece claro que el centro de la doctrina
de Cristo no es el dolor sino el mandamiento del amor. De modo parecido, la
cruz no es una condición que me pone Dios. Él no me dice: “si quieres entrar al
cielo tienes que cargar durante unos años con la cruz”. No. Dios me regala el
cielo.
Una madre no sufre primero las incomodidades del embarazo y del parto, se levanta en la noche a dar de comer al bebé y una vez superadas estos sufrimientos comienza a amar. Es el amor de madre lo que mueve a sobrellevar las molestias, más aún las molestias no son tales sino algo propio, una característica del amor materno. No se da primero el sacrificio para después amar. Porque amo y quiero el bien del amado estoy dispuesto a renunciar al propio bien. Esto es la cruz.
En
consecuencia, sólo el que ama a Dios y desea entregarse a Él, toma la cruz como
lo más normal del amor. En cambio, el que ve la cruz como una condición para
amar a Dios, no le queda más remedio que “soportar con paciencia las pequeñas o
grandes tribulaciones diarias”.
Una de las cosas que al empezar la cuaresma me propuse era que, tenía que hacer algo que me sacrificase por amor a Dios. Cuando asistí al Viacrucis del primer viernes de mes lo entendí todo, - parecía que Dios me dijo; “Mira, en el vía crucis ponte a ti como en primera persona, así entenderás lo que significa la pasión del Señor”.
Me estremecí por completo nunca había caído en que para seguir a Cristo hay que abrazarse a la cruz, me diréis está claro que es así… Pero la diferencia es que el Señor ya en el huerto de los olivos “amo la vía dolorosa” la imagen de Cristo abrazado al madero con el sufrimiento que esto lo causo, fue el mayor acto de Amor, es el Amor que se abraza al sufrimiento, y este duele más porque no es comprendido.
Claro que Dios podía haber hecho algo diferente, y no pasar por este sufrimiento atroz! Pero el amor se escribe con sangre, y es de
la manera de actuar de Dios. Ya en su encarnación solo por este hecho, ya teníamos la Presencia del Redentor,
nuestra humanidad ya estaba redimida. Pero Dios conoce el corazón humano, sabe
que el sacrificio expiatorio se valora
por el correr de la sangre.
¡No
basta aceptar la cruz! Esto se hace cuando no hay más remedio o porque no te
queda otra, pero en cambio lo más importante es: “AMAR LA CRUZ” convertirte en
el “amante” abrazarte a la cruz como si fuera tu esposa o esposo, entonces
tiene sentido el correr de la sangre. Casi siempre dibujamos el corazón de
color “rojo” porque nos recuerda la fluidez de los vasos sanguíneos, éstos son
portadores de la vida del hombre.
En
el Corazón de Jesús esta dibujado la “corona de espinas y la
cruz” porque nos da a entender que Él es Rey, y que su Trono es la Cruz. Porque
él es el Camino, y este camino está forjado con sangre.
A nadie le gusta sufrir. Pero el sufrimiento viene sin que lo busquemos. Todos podemos hablar de nuestra cruz de cada día. También de la lucha diaria por seguir a Jesús en medio de una sociedad que piensa y vive lo contrario. Y quien sigue a Cristo tiene que aceptar llevar su cruz. Lo dice Jesús, en seguida, para hacer comprender a sus discípulos que sería una ilusión pensar en seguirlo, pero sin llevar con Él la cruz: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.” O también es como dar un paso más adelante como Jesús “Amar la Cruz” esto es el camino de mayor santidad.
Cristo
no solo acepto llevar la cruz sino que, la amó desde el principio antes de ser
engendrado en el seno de María. Este camino se hace espontáneamente, de corazón a Corazón,
aceptar la cruz es abrirse a la sorpresa, entregarse la vida de la gracia, don
de Dios, que habitualmente nos regala aquello que no esperamos pero que en
realidad necesitamos.
Aceptar
la cruz es asumir con firmeza la vida de fe y creer y vivir en la confianza de
que para Dios nada hay imposible. Estar realmente convencido de la bondad de
Dios.
Aceptar
la cruz es poner delante de todo el amor y la humildad como razón de ser y de
vivir. Aceptar la cruz… es decir y exclamar a Cristo que se haga su voluntad y
no la mía.
De modo que no es opcional. La vida cristiana es mucho más que suscribirse a un sistema de verdad o adoptar un código de conducta, o someterse a ordenanzas religiosas. De manera que la vida cristiana es, una Persona—la experiencia de compañerismo con el Señor Jesús. Y en la medida en que vivas tú vida en comunión con Cristo, en esa medida estás viviendo la vida cristiana, y solo en esa medida.
La idea popular que se escucha tanto en el mundo como entre cristianos es la de renunciar a cosas que nos gustan. Hay una gran diversidad de opiniones sobre qué debería ser renunciado. Hay algunos que lo limitarían a aquello que es particularmente mundano, como no ir al teatro, el baile, no fumar, etc. Pero métodos como estos solamente promueven el orgullo espiritual, ya que, ¡seguramente merezco algo de reconocimiento si renuncio a tanto! Ah, amigos míos, lo que Cristo está describiendo en nuestro texto (y quiera el Espíritu de Dios aplicarlo a nuestras almas) como el primer paso para seguirlo a Él, es negarme a mí mismo, no simplemente algunas de las cosas que son agradables para mí, no algunas de las cosas que anhelo, sino negarme a mí mismo.
La Cruz es pues la manifestación suprema del amor de Dios hacia toda persona humana y hacia la creación entera. En la Cruz, Cristo nos manifiesta que Dios es Amor: un amor compasivo y misericordioso, eternamente fiel a sí mismo y a sus creaturas. Por puro amor, Dios nos llama a la existencia, nos crea a su imagen y semejanza, y nos invita a participar de su misma vida. Dios no es un competidor del ser humano, ni tiene celos de su deseo de libertad y de felicidad. Todo lo contrario. Dios quiere que el hombre viva, que sea verdaderamente libre y eternamente feliz.
La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es nuestra dignidad: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Y el madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos enseña cuál es nuestra real identidad. Si queremos reinar con Cristo hay que amar lo que él ama.
Rafael
Verger
Una magnífica reflexión seguir a Jesús es amar lo que él ama
ResponderEliminarMaría
Madrid