Aptitudes de ser llamado a liderar; catequista, religioso/a, equipo de misioneros, etc.


 

Una de las tareas más difíciles en el ministerio de evangelización es la formación de un equipo de trabajo que tenga un carácter piadoso, una formación bíblica sólida, acompañado de una formación catequética, que sea común a todo el equipo, y que además contribuya a la unidad de la iglesia. Sin embargo, es una tarea muy difícil

Las cualidades de ser alma de equipo, es aquel que tiene ese Don otorgado por la Providencia, es la persona a la cual los demás siguen, arrastra. No todos pueden ser “Lideres” aquí no es suficiente saber mucho, lo que si importa en un equipo; parroquial, de grupo católico, es ser una persona de oración, asidua a los sacramentos y sobre todo de buena fama y testimonio.

 

La selección de miembros de un equipo de trabajo para la evangelización requiere de discernimiento para poder identificar quién pudiera estar siendo llamado por Dios para formar parte del equipo; paciencia para poder formarlos, reconociendo que el carácter es más importante que el talento; y oración para buscar la voluntad y en el tiempo de Dios.

 

No es una coincidencia que Jesús pasara toda la noche en oración antes de seleccionar a sus doce primeros hombres la mañana siguiente. No se nos dice qué cosas Jesús conversó con su Padre, pero no creo que esa larga oración estuviera divorciada de la selección de los hombres sobre quienes recaería la responsabilidad de la Iglesia cuando Jesús partiera.

Frecuentemente se ha cometido el error de elegir personas que no estaban listas para servir, y se ha hecho esto en base a la necesidad del momento. No podemos olvidar nunca que la necesidad no define el llamado o la voluntad de Dios. No se trata de rellenar un número de personas, no todos están llamados.

La idoneidad de estos hombres y mujeres debe presidir al servicio de estos. Cuando una persona es colocada en una posición de liderazgo sin estar preparada aún, eso es un boleto al fracaso. Repito ¡No todos sirven para ello!

Muchos son los que se han accidentado en el camino al abrazar una tarea que, aunque noble, no contaba con la nobleza de carácter requerida. El tiempo requerido para poder usar a una persona está directamente relacionado a la tarea que va a realizar.

La finalidad de un equipo de futbol es marcar goles, pero para esto se necesita entrenar, sudar, caerse, etc. No puedes ser parte de un equipo si no te unes al mismo. Tampoco es válido ser del equipo solo con buenas intenciones, tienes que ir al campo y jugar con los demás.

Se requiere un discernimiento de valores humanos y espirituales, ser servicial, voluntariosa, capaz del mayor sacrificio por el bien común. No puede ser líder del equipo evangelizador el que tenga una vida que pueda ser motivo de rechazo. ¡Pecadores los somos todos! Pero como para jugar se necesita un cuerpo ágil y fuerte, pasa lo mismo en cualquier equipo humano y espiritual.

En un equipo hacen falta muchas cosas, campo de futbol, camisetas, zapatos, etc. Lo mismo pasa en el equipo; no todos sirven para una cosa, cada cual es llamado a desempeñar una tarea, Como en el cuerpo místico de Cristo, uno es la cabeza, el otro el brazo, el otro los pies, etc. Nadie es más que nadie, todos somos necesarios.

Lo mismo ocurre en una orquesta, hay muchos instrumentos, pero cada cual toca su melodía, y su instrumento varía del otro. El simple hecho de reconocer que no tenemos todos los dones, ni todos los talentos, ni toda la sabiduría, es razón suficiente para comprender que necesitamos otros hombres y mujeres que contribuyan a enriquecer los dones que Dios ha provisto para el desarrollo y fortalecimiento del cuerpo de Cristo. Cada persona tiene por lo menos un don, como nos confirma Pedro: “Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe. 4:10)

 

Uno de los énfasis de nuestro ministerio es la idea de que cada uno debe funcionar en las áreas donde mejor operarían sus dones y talentos. Cuando tú trabajas fuera de tu don, no estás trabajando en el lugar para el cual Dios te equipó, y los demás tampoco están recibiendo lo mejor de ti. Donde mejor funcionas es donde tu don, talento, y llamado convergen.

Muchas veces, cuando no hemos podido agrupar el equipo alrededor de nosotros, estamos trabajando en contra de los demás. Trabajar con otros es vital para cultivar amistad, confianza, y lealtad, porque de lo contrario esa falta de unidad será percibida por el resto de la iglesia, y esta no podrá disfrutar de la unidad del Espíritu que se nos ha ordenado preservar (Ef. 4:3)

De hecho, trabajar sin el apoyo moral de un solo miembro del equipo es extremadamente desmotivador para el líder. Por eso que algunos han dicho que necesitamos desarrollar una piel gruesa y un corazón grande para permanecer en el liderazgo.

 

Cada miembro del equipo de trabajo necesita tener claro que no estamos llevando a cabo la agenda del líder, y ni siquiera la agenda de todo el equipo, sino que estamos tratando de llevar a la práctica la agenda de Dios para con nosotros. Por tanto, necesitamos alinearnos con los propósitos de Dios. Este es mi texto favorito para hablar de esta idea: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Ef. 2:10)

 

Desde un inicio comenzó a formar doce hombres, once de los cuales terminaron siendo los pilares de la Iglesia. Cada uno de estos hombres tenía una personalidad diferente, fue equipado de manera multiforme, y fue llamado a funciones distintas; pero cada uno de ellos entendió la necesidad de permanecer unidos con un solo propósito. El mismo apóstol Pablo supo trabajar con Bernabé, Silas, Timoteo, Tito, Lucas, y aun con mujeres (Fil. 4:2-3), por solo mencionar a algunos. Dios hizo un trabajo enorme en Pablo, y esto permitió que su corazón pastoral atrajera a muchos a trabajar a su lado. Sin embargo, muchos no han tenido la facilidad que este hombre tuvo para llevar a cabo la obra del ministerio, porque en sus vidas aún hay grandes piedras de tropiezo.

El orgullo en nosotros es quizá el más grande obstáculo para trabajar en equipo. El orgullo demanda reconocimiento, el aplauso de los demás, el ser centro de atención, y no da espacio para que otros puedan usar sus dones. Necesitamos la humildad necesaria para admitir que no podemos hacer ciertas cosas. Hay tareas que yo no puedo hacer porque no he sido equipado para ellas. Hay cosas que otros hacen mejor que yo, y hay funciones que cuando otros las realizan, resultan mejor hechas. Pero el ego cree que puede hacerlo todo, que no necesita de ayuda, y no desea compartir el crédito con ningún otro. El orgullo no valora los dones y talentos de los demás, pero tampoco los ve porque está enfocado en sí mismo. El deseo de ser como Dios, en el caso de Lucifer y de Adán, terminó con la expulsión del primero del reino de los cielos, y al segundo del jardín del Edén. Dios se opone al orgulloso, pero le da gracia al humilde

 

Los líderes que forman parte de un equipo necesitan ser personas sanadas por Cristo para sentirse seguras en Él. Adán y Eva experimentaron inseguridad tan pronto se separaron de Dios, y de esa misma manera nosotros somos sanados de esa inseguridad por medio de nuestro acercamiento a Cristo. Por eso dice la Palabra que el perfecto amor echa fuera todo temor (1 Jn. 4:18). Necesitamos experimentar de manera cercana ese amor divino que nos convence de que Dios está por nosotros y con nosotros, independientemente de las circunstancias. Y allí encontramos nuestra seguridad.

 

El perfeccionismo destruye la creatividad en el equipo de trabajo y suprime la expresión de los dones dados por Dios al equipo. El temperamento rígido no permite mucha la colaboración de otros. El perfeccionismo bloquea la visión de forma tal que la persona perfeccionista tiene una sola manera de ver la vida, y esa vida y ministerio tienen solamente dos colores: blanco y negro.

Es obvio que Cristo, en su calidad de Dios, gozaba de todos los derechos y privilegios de serlo, y aun así subordinó todo eso a la voluntad de su Padre para encarnarse y llevar a cabo sus propósitos. El Señor Jesús no se aferró a lo que verdaderamente le pertenecía, sino que lo entregó como ofrenda porque entendió que había un propósito más importante que su interés particular, y era la redención de una humanidad que la Trinidad completa se había propuesto llevar a cabo.

 

Menciono esto porque una mala disposición nunca será honrada por Dios, y por lo tanto, esa mala actitud tiene el potencial de derribar un equipo. Malas actitudes tienen como base las piedras de tropiezo mencionadas arriba, y algunas otras: orgullo, inseguridad, perfeccionismo, sentido de superioridad, celos, envidias, legalismo… Como se ha dicho, «Una buena actitud no garantiza el triunfo, pero una mala actitud garantiza el fracaso».¹ Las actitudes son contagiosas, las buenas y las malas, pero las malas son mucho más fáciles de copiar.

 

Tenemos que reconocer que vivimos en un mundo caído, y por lo tanto nunca encontraremos las condiciones ideales para llevar a cabo una tarea. Reconozcamos desde el inicio que los problemas vendrán, los desacuerdos surgirán, y lamentablemente muchas veces aun las divisiones se asomarán, y en su peor caso, terminarán separándonos. La pregunta que todos necesitamos hacernos es: cuando estas cosas surjan (no si surgen), ¿Cómo actuaremos?

 

Quisiera dejar algunos consejos que ayudarán a solucionar problemas, porque primeramente procuran glorificar a nuestro Dios por encima de todas las cosas.

 

Sé manso y humilde (Mt. 11:29).

Pastorea el alma del otro (Jn. 21:15-17).

Procura entender al otro antes que defender tu punto (Fil. 2:1-4).

Recuerda que la meta no es ganar (Cristo “perdió” en la cruz).

Procura al máximo la reconciliación (Ro. 12:18).

Dios y tu testimonio son tus mejores defensores, y no tus palabras (Sal.18:1-6).

No olvides que estamos en un peregrinar, y por tanto todos estamos creciendo; tú y tu hermano por igual (Fil. 3:12-14).

No olvides que el equipo se forma y se sostiene por el poder del Espíritu. Su rol fue vital en la vida de Cristo, y lo es para cada uno de nosotros.

Que la Madre de Dios y Madre de la Iglesia, nos otorgue sus Gracias, Amén.

Rafael Verger

Delegado diocesano del Apostolado de Fátima en Mallorca

 

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