Hay que evangelizar



Carta a los Romanos, cap. 10

Pablo escribió la CARTA A LOS ROMANOS en un momento decisivo de su carrera apostólica. Ya había concluido su tercer viaje misionero, y se disponía a llevar a Jerusalén la colecta en favor de los pobres, que tan laboriosamente había recogido en Macedonia y Acaya (15. 25-26). Consideraba que su misión en Oriente ya estaba terminada (15. 19-20), y tenía proyectado emprender una nueva etapa en su obra de evangelización: su propósito era llevar la Buena Noticia a Occidente, desde Roma hasta España (1. 13-15; 15. 28), donde se le abría un campo de actividad todavía virgen.
Para preparar su visita a los cristianos de Roma, el Apóstol les envió una Carta, donde les exponía más detalladamente los mismos temas que ya había tratado en su Carta a los Gálatas. Pero aquí el tono es diferente. El ardor de la polémica se ha suavizado, y Pablo ha podido completar y matizar su pensamiento y sus expresiones. En una admirable síntesis doctrinal, describe la universalidad del pecado y la obra redentora de Cristo; la función de la Ley de Moisés en el designio salvífico de Dios y la justificación por la fe en Jesucristo; la libertad cristiana, el Bautismo y la nueva Vida en el Espíritu. Además, en esta Carta hay un tema desarrollado con particular amplitud: el de la situación del Pueblo judío en la nueva disposición divina, fundada sobre la fe en Cristo y no sobre las obras de la Ley.
Pablo en el vers. 14 dice: Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? 15 ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias! 16 Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación? 17 La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo.
En el vers 20 dice; Isaías se atreve a decir: Me encontraron los que no me buscaban y me manifesté a aquellos que no preguntaban por mí.
La fe no consiste en una actitud meramente intelectual, sino que entraña un compromiso de vida. Es necesario encarnarla en la realidad cotidiana. En otras palabras, debemos vivir de acuerdo con lo que creemos. Si creemos que hemos sido salvados por «la Buena Noticia de la gracia de Dios» (Hech. 20. 24), nuestra conducta tiene que ser la de quienes estamos «salvados». Más aún, la fe que salva es «la que obra por medio del amor» (Gál. 5. 6). Esta es la idea subyacente en la segunda parte de la Carta a los Romanos.
El Apóstol enumera una serie de exigencias prácticas de la fe. La primera de todas es el amor, en el que se resume toda la Ley (13. 10). El amor debe llevarnos a poner todas nuestras aptitudes al servicio de los demás e, incluso, a perdonar a los mismos enemigos. Sobre todo, debe manifestarse hacia los débiles en la fe (14. 1 - 15. 6), a imitación de Cristo, que murió por todos. Para poder glorificar a Dios «con un solo corazón y una sola voz», es necesario «tener los mismos sentimientos» y ser «mutuamente acogedores» (15. 5-7).
En el capítulo 12, sigue, vers 3 En virtud de la gracia que me fue dada, le digo a cada uno de ustedes: no se estimen más de lo que conviene; pero tengan por ustedes una estima razonable, según la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. 4 Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros con diversas funciones, 5 también todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros. 6 Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe. 7 El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. 8 El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría.
El amor fraterno
9 Amen con sinceridad. Tengan horror al mal y pasión por el bien. 10 Ámense cordialmente con amor fraterno, estimando a los otros como más dignos. 11 Con solicitud incansable y fervor de espíritu, sirvan al Señor. 12 Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. 13 Consideren como propias las necesidades de los santos y practiquen generosamente la hospitalidad.
El amor a los enemigos
14 Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. 15 Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. 16 Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. 17 No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. 18 En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos. 19 Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor. 20 Y en otra parte está escrito: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Haciendo esto, amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza. 21 No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien.
Fijémonos en otro detalle en Exodo, 4 del 10 al 17.
Es necesario pues, que nos despojemos de todo nuestro interior y que rechacemos los miedos, los temores al fracaso y digo “al fracaso”, porque muchas veces pensamos que somos ineptos, que no sabemos hablar y que no tenemos sabiduría para poder compartir lo que Cristo ya hizo por nosotros en la Cruz del Calvario. Mira por ejemplo a Moisés, él tenía preparación, normal de su tiempo, había estudiado en la corte del Faraón, pero todo quedo hecho papilla, pues Dios no pedía de él sabiduría humana, más bien Su petición fue el de ir y rescatar al pueblo que vivía bajo la esclavitud en Egipto. Moisés le puso pretextos a Dios, diciéndole que él no podía hacer lo que le pedía, pues no era muy elocuente y que hasta tartamudeaba: “Moisés dijo a Yahvé: «Mira, Señor, que yo nunca he tenido facilidad para hablar, y no me ha ido mejor desde que hablas a tu servidor: mi boca y mi lengua no me obedecen.» Le respondió Yahvé: « ¿Quién ha dado la boca al hombre? ¿Quién hace que uno hable y otro no? ¿Quién hace que uno vea y que el otro sea ciego o sordo? ¿No soy yo, Yahvé?  Anda ya, que yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de hablar.» Pero él insistió: «Por favor, Señor, ¿por qué no mandas a otro?» Esta vez Yahvé se enojó con Moisés y le dijo: « ¿No tienes a tu hermano Aarón, el levita?  Bien sé yo que a él no le faltan las palabras. Y precisamente ha salido de viaje en busca tuya y, al verte, se alegrará mucho. Tú le hablarás y se lo enseñarás de memoria, y yo les enseñaré todo lo que han de hacer, pues estaré en tu boca cuando tú le hables, y en la suya cuando él lo transmita.  Aarón hablará por ti igual que un profeta habla por su Dios, y tú, con este bastón en la mano, harás milagros.»

¿Cuántos pretextos le hemos puesto a Dios para no hacer su voluntad? Que otros prediquen, que otros sean los que evangelicen a mi familia, a mi comunidad. Además es responsabilidad del sacerdote y de las monjas de hablar de Dios y nos quedamos siempre esperando a que nos atiendan y nos enojamos cuando el clero no hace como nosotros les pedimos, cuando no nos atiende el padre de la parroquia y es entonces que decidimos ir en búsqueda de otros lugares en los que supuestamente nos atenderán mejor. Jesús vino a servir y no a ser servido nos dice su Palabra.
Debemos de compenetrarnos en su amor, experimentar su dolor, para poder comprender del por qué él nos pide que hagamos de todos los pueblos sus discípulos. No podemos traer almas a sus pies, cuando nosotros no hemos venido a él.

Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” Mira solamente que promesa tan especial nos hace Jesús. Él nunca nos dejará abandonados a nuestros propios destinos. Jesús que no tenía en donde recostar su cabeza (Lc 9:57), que caminó sólo en el desierto (Lc 4:1-13) y que en el momento de su aprensión, fue abandonado por todo el mundo especialmente los más allegados a él (Mt 26:56), nos promete que nunca nos dejará en las mismas condiciones en las que nosotros lo dejamos a él cuando no hacemos su voluntad y trabajamos solamente para satisfacer nuestros propios egos personales, para vanagloriarnos de lo que hacemos en la Iglesia y no necesariamente, para darle honor, honra y gloria a aquel que nunca nos abandona.

Recuerda que no es el conocimiento de la letra, lo que te forjará sabio, ni tampoco el ser un gran orador o que sepas hablar en público, todo lo contrario, pues si tienes todos estos conocimientos humanos, pero no te sueltas en la sabiduría del Señor, de nada te servirá. Dios te ha dado dones y carismas,  y cada uno de nosotros tiene uno en particular, ya sea este de hablador, o que cantes en el coro,  o que, tomando una escoba y ayudando a limpiar la Iglesia, etc. Todo esto ponlo al servicio del Señor, pues la recompensa será grande, la vida eterna.

Pero lo que debemos de preguntarnos en este momento es: ¿Soy yo verdaderamente para el Señor? ó simplemente hago lo que hago sin estar consciente de su amor.

Claro que hay que comprender que en ocasiones, la vida rutinaria que llevamos, no nos permite servirle verdaderamente y a veces por cuestiones de compromisos, no podemos experimentar la presencia de Jesús a nuestro lado. Especialmente cuando estamos viviendo una enfermedad, o un problema de violencia doméstica, nos preguntamos si en realidad esa promesa del Señor es verdaderamente real. Eso nos va hundiendo en nuestro interior y va ahogando lo mucho que queremos servirle. Pero es que no queremos profundizar en su promesa. Dios está constantemente ahí junto a nosotros, experimentando nuestro propio dolor y sufrimiento, derramando lágrimas por ti, y aun nosotros nos sentimos abandonados y en lugar de acercarnos a él, mejor buscamos todo tipo de experiencia exterior, en vicios como el alcohol, las drogas, las pasiones desordenadas, las infidelidades y hasta los golpes a nuestros seres queridos. No encontramos paz, porque nos sentimos abandonados por Dios.
Dios en su Hijo Jesucristo, nunca nos abandonará en nuestro trabajo de evangelización y por muy duro que esto nos parezca, él siempre estará a nuestro lado, pues su promesa es justa, ya que él es justo.
Para que nosotros podamos comprender lo que el Señor nos promete, debemos de estar compenetrados en la lectura asidua de la Biblia, profundizando y reflexionando a plenitud todo lo que él hizo por cada uno de sus amados. En realidad eso es la Biblia, especialmente cuando hablamos del Nuevo Testamento y más aún cuando nos enfocamos en la lectura de los Evangelios.
Por lo tanto al leer la Biblia, nos estamos comprometiendo con el Señor Jesús a ser mensajeros de la Buena Nueva que primero que nada ha transformado nuestras propias vidas, y por lo tanto con nuestra experiencia, proclamaremos el Evangelio de salvación a la humanidad.

El Evangelio no se queda solamente en un sentir, tampoco significa que tenemos que estar metidos todo el tiempo en la iglesia y menos que nos dediquemos todo el día a rezar, todo lo contrario. El Evangelio es acción y por eso nosotros debemos de ser acción y predicar la Buena Nueva primordialmente, en medio de nuestro hogar, en nuestra comunidad o fraternidad  y sobre todo en medio de nuestra sociedad, velando por las injusticias sociales, tales como las leyes de inmigración que afectan a nuestros hermanos que se encuentran sin documentos; velar por el derecho a la vida, luchar por mejorar las condiciones de nuestros hermanos que se encuentran hundidos en la pobreza, luchado por sus derechos y no aprovechándonos de ellos; velando porque nuestros hijos prosperen en medio de una sociedad que les pinta un mudo fantasioso, haciéndoles caer en vicios mundanos; velando por los intereses de los más afectados, demostrándoles con acción, que sí tienen a Cristo a su lado. Eso es el ser parte integral del Evangelio del Señor. Él nos lo demostró con hechos y nos pide que lo mismo hagamos por los demás.

¿Cómo lo lograremos? Con oración (no rezos vanos y vagos), con ayuno (no tratando de perder peso), pero sobre todo con nuestra entrega total al Señor de la Gloria eterna. Perseverando aun en la persecución y sin miedo de dar nuestras vidas por amor a Dios y al prójimo.
Es tiempo que la Biblia y los Evangelios sean más que lecturas bonitas que nos hablan de Jesús. Es el momento en el que nosotros los renovados en el Espíritu Santo, tomemos posesión de nuestros puestos y que preparados en la Eucaristía, proclamemos con valentía a un Dios de amor que nos dio a su Hijo a morir por cada uno de nosotros, y que al resucitar de entre los muertos nos da vida eterna. Pongámonos la armadura del Señor y proclamemos al mundo entero que Dios nos llama al arrepentimiento y a la conversión, espiritual, moral y social en medio de un mundo perdido por los vicios inculcados por hombres que llenos de odios y rencores y sobre todo llenos de soberbia, ambición y ansias de poder, llevan a la sociedad a la incertidumbre, a la pobreza, a la injusticia en contra de los más pobres y todo lo oscuro que esto acarrea.

No caigamos nosotros los renovados en los mismos vicios, más bien, seamos sobrios y presentémonos rectos ante el Señor. No busquemos y menos luchemos por puestos dentro de nuestra Iglesia. ¿Para qué? Eso nos lleva a la vanagloria y al despotismo, como sucede en medio de los movimientos laicales, que al pelear un puesto uno pone de cabeza al otro, peleándose como perros y gatos, demostrando que realmente lo que les interesa es tener su propia adoración y alabanza, como políticos que prometen y hasta matan a sus contrincantes, por ser mejores que ellos. Y aun así nos atrevemos a decir que somos renovados en el Espíritu de Dios.  Pero la clave de todo es el de “estar unidos” A los apóstoles los reunió en un mismo lugar y a todos los habló de la misma forma, no individualmente, por lo tanto nosotros debemos de unirnos en su Palabra, para poder ser los mensajeros del poder de Dios.
Que Dios Padre nos ayude a ser mejores evangelizadores y proclamadores de las Buena Nueva, para que el mundo crea que verdaderamente existe un Dios de poder, que los ama y desea su salvación. Amén

No olvidemos que nuestra Iglesia nos recomienda que la lectura de la Biblia, tiene que ser asidua, es decir que la Palabra debe de ser leída constantemente y que seamos asiduos a la vida sacramental, a la oración, en una devoción especial a la Madre de Jesús, la Virgen María  y al silencio a los pies del Señor sacramentado.

“La Iglesia existe para evangelizar”. Estas palabras del Papa Pablo VI nos recuerdan que la evangelización es medular para la identidad y la misión de la Iglesia en el mundo. La evangelización es también central para la identidad y la misión de todo cristiano. Evangelizar es “ante todo dar testimonio, de manera simple y directa, de Dios revelado en Jesucristo, en el Espíritu Santo, dar testimonio de que en Su Hijo, Dios ha amado al mundo, de que en Su Verbo Encarnado Él ha dado el ser a todas las cosas, y nos ha llamado a la vida eterna.” (Papa Pablo VI, Evangelii Nuntiandi).  Por la virtud del bautismo, todo cristiano es llamado a dar testimonio, de palabra y acto,  de la verdad y la belleza de la fe en Jesucristo.

Paz y Bien

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