3 Domingo de Cuaresma 19 de marzo 2017
3 Domingo de Cuaresma
19 de marzo 2017
Evangelio según San
Juan 4,5-42:
El que bebe de esta
agua volverá a tener sed. Pero el que bebe del agua que yo le daré, nunca más
tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial
capaz de dar vida eterna.”
“Señor dame de beber”
Tercer domingo de Cuaresma, la
oportunidad de reflexionar sobre el nivel de satisfacción con nosotros mismos,
con los demás y con Dios. Se vive anhelando porque se está seco y del interior
no brotan bendiciones, ni alabanzas, sino más bien suplicas y requerimientos
por la sequedad de nuestro interior. Se ocupa el tiempo y los deseos en poder
decir “¡ya tengo!”; en vez de “¡ya soy!”. El deseo forma parte de nosotros.
¿Dónde vamos sin deseo? Pero también es cuestión de cada uno saber qué se desea
y de dónde brota el deseo.
Tengo sed, Señor, dame agua, tu
agua, esa que “nunca volvamos a tener sed”. Esta agua no es “algo” ni se
encuentra lejos de nosotros. Otra cosa es que se ignore o que se acalle, porque
se vive desde fuera, desconectados, perdidos, poniendo el corazón en la
inmediatez aparatosa, despampanante, en las apariencias.
Tiempo de Cuaresma, tiempo de
oración, limosna y ayuno. No es tiempo de cumplimientos: ya he rezado; he
ayunado –aprovecha para perder volumen- ; he dado limosna. ¡Qué pobreza
interior! ¡Qué sequedad! Nuestro interior ha de ser un manantial del que brota
vida, vida coherente, vida veraz, vida que compartimos; manantial del que brota
el amor.
Oración, para identificarnos con
el Padre; limosna, para identificarnos con el prójimo; ayuno, para identificarse
con uno mismo y despojarse de tantos prejuicios e intereses egoístas que alejan
de Dios, de los demás y de uno mismo.
¿Pero cuál es el resultado? La
vida, el dolor humano, todo se hace inmensamente más absurdo. Se ha perdido la
medida. Si falta el contrapeso de la eternidad, todo sufrimiento, todo
sacrificio, parece absurdo, desproporcionado, nos «desequilibra», nos echa por
tierra. San Pablo escribió: «La leve tribulación de un momento nos produce,
sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna». En comparación con la
eternidad de la gloria, el peso de la tribulación le parece «ligero» (¡a él,
que sufrió tanto en la vida!) precisamente porque es «de un momento». En
efecto, añade: «Las cosas visibles son pasajeras, más las invisibles son
eternas» (2 Co 4, 17-18).
En la vida de cada persona ha
habido un momento en que se ha tenido cierta intuición de eternidad, aún
confuso... Hay que estar atentos a no buscar la experiencia del infinito en la
droga, en el sexo desenfrenado y en otras cosas en las que, al final, sólo
queda desilusión y muerte. «Todo el que beba de este agua volverá a tener sed»,
dijo Jesús a la samaritana. Hay que buscar lo infinito en lo alto, no hacia
abajo; por encima de la razón, no por debajo de ella, en los espacios irracionales.
Está claro que no basta con saber
que existe la eternidad; se necesita también saber qué hacer para alcanzarla.
Preguntarse, como el joven rico del Evangelio: «Maestro, ¿qué debo hacer para
tener la vida eterna?»
La samaritana, aquel día, comprendió
que debía cambiar algo en su vida si deseaba obtener la "vida
eterna", porque en poco tiempo la encontramos transformada en una
evangelizadora que relata a todos, sin vergüenza, cuanto le ha dicho Jesús.
¿Creemos a Jesús nosotros los
hombres y mujeres del siglo XXI?
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