EL EMAUS DE NUESTRA HISTORIA

EL EMAÚS DE NUESTRA HISTORIA

 En alguna ocasión, cuando se habla de conversión, se piensa únicamente en un aspecto doloroso, trabajoso, de desprendimiento y renuncia. Sin embargo, la conversión cristiana es fuente de alegría, de esperanza y de amor. Siempre es obra de Cristo Resucitado, que nos ha obtenido esta gracia por medio de su pasión y que nos la comunica en cuanto Resucitado.
Los dos discípulos de que habla el Evangelio están sumidos en la tristeza, en la desesperación y se alejan de la comunidad.
Van comentando entre ellos lo que ha pasado, aunque con tristeza, porque lo sucedido no corresponde a sus expectativas. “Nosotros esperábamos”, en imperfecto, es también una confesión de desesperación; significa: “ahora ya hemos dejado de esperar”.
Jesús se acerca a los dos discípulos y lleva a cabo su conversión en diferentes etapas y por varios medios.

 Ante el número cada vez mayor de cristianos que no practica su fe, el Papa ha pedido a la Iglesia un cambio de mentalidad.
“Dada la ola creciente de los cristianos que no son practicantes en nuestras diócesis, quizá vale la pena verificar la eficacia de los actuales procesos de Iniciación, para ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras comunidades y a asumir en su vida una impronta totalmente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia esperanza de modo adecuado a nuestra época”.

“La Iglesia –dice el Papa- no debe hablar ante todo de sí misma, sino de Dios, que es la auténtica misión de la Iglesia”.
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (“Deus charitas ets).

“La evangelización de la persona y de las comunidades humanas depende totalmente de este encuentro con Jesucristo”, porque, como decía Juan Pablo II, “el cristianismo es Jesucristo”.

 Es lo mismo que decía hace unos años un gran teólogo alemán de nuestro tiempo: “el cristiano del futuro será un místico -es decir, un hombre que tiene una cierta experiencia de Dios- , o no será nada” (P. Rahner).
Referido a nuestra vocación y misión de apóstoles seglares en la Iglesia y en el mundo, podemos afirmar que esto sólo se descubre en el encuentro con el Señor y en la escucha de su llamada. Sólo en el encuentro amoroso y silencioso se escucha la llamada a la misión, algo se conmueve dentro de nosotros, se despierta la seducción por la tarea evangelizadora, todo nuestro ser se siente llamado a proseguir hoy la acción salvadora del mismo Jesucristo.

Esa experiencia de Dios –“hemos visto al Señor”, decían los primeros cristianos-, es la que nos ayuda a pasar de la vivencia de la fe centrada en uno mismo a una existencia cristiana volcada hacia los demás. La fe cristiana es un hecho vital que brota de la experiencia de habernos encontrado con el Dios vivo, revelado y encarnado en Jesucristo.

Todo lo anterior nos plantea seguramente las siguientes preguntas:
¿Es posible una experiencia de Dios para nosotros” Y, si es posible, ¿cuáles son las condiciones y los lugares de este encuentro con Dios? A estos interrogantes responde la historia de los primeros cristianos que se encontraron con Cristo Resucitado. Y en concreto los dos discípulos de Emaús.
 Ellos expresan esta experiencia con estas palabras: “Hemos visto al Señor”. La exigencia de evangelizar sólo surge en los discípulos cuando han vivido la experiencia gozosa de la salvación que Dios realiza en Jesucristo.

 En el relato de los discípulos de Emaús destacan los siguientes aspectos:
a). La situación de los discípulos después de la muerte del maestro:
• conservan un buen recuerdo de Él; hablan bien,
• pero marchan tristes y decepcionados;
• seguramente temían que les persiguieran a ellos.

b). Jesús les sale al encuentro:
• pero no le reconocen,
• no tienen conciencia de su presencia en medio de ellos.

c). La manifestación de Jesús. Llegan a descubrirlo y a tener la experiencia de un encuentro personal con Él:
• en la acogida del “otro” y en la hospitalidad,
• en la escucha de la Palabra: “¿No ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras…?”,
• en la oración: “quédate con nosotros”,
• en la Mesa Eucarística: “Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lucas 24, 31).

d). Vuelven a la comunidad  y dan testimonio del Señor: “Y ellos contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”.

5.- Jesús Resucitado y la experiencia del encuentro con Él nos traslada:

• de la tristeza a la alegría,
• de la desesperación a la esperanza,
• del aislamiento a la comunión.
De esta suerte la victoria de Jesús se revela muy benéfica para nosotros.

Buscad al Señor mientras puede ser hallado, Llamadle mientras este cerca” Salmo 32.
La lógica nos diría que debemos buscar al Señor en todo tiempo, sin pausa. ¿Cómo entonces dice el profeta que lo busquemos cuando puede ser hallado, cuando está cerca? ¿Cuándo no puede ser hallado, cuándo no está cerca, si la palabra da a entender que Él está más cerca de nosotros que nuestro propio aliento? (Sal 139:4).

Ánimo y adelante, sin miedo Cristo siempre sale a nuestro encuentro, no estamos solos.
El buscar, llamar y tocar. Siempre hay respuesta, Pero es en el hoy. En nuestro hoy, no en el mañana. ^porque el mañana no es nuestro, No está.
Paz y Bien






Comentarios

  1. Extraordinaria la explicación soy una persona que os conoci a través del facebook y os sigo entusiasmado, que pena que no esteís en mi ciudad soy de Granada, un abrazo oren por mi

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