El ESPÍRITU DE DIOS, GUIÓ A JESÚS AL DESIERTO
Nuestra identidad
como católicos está siempre amenazada.
Hoy en día en que la credibilidad de la Iglesia se pone en duda, el
comportamiento de muchos que nos decimos cristianos, no damos testimonio de la verdad, e incluso
nos avergonzamos de proclamar que seguimos al Maestro. Incluso cuando los
valores son cambiados por conveniencias personales donde lo bueno, ya es pasado
de moda, y lo malo, es lo mejor de lo
mejor, todo está al revés.
Lo vemos en el
Evangelio en el que la misma identidad de Jesús está amenazada por el tentador. Lo quiere comprar con la
promesa de las riquezas, del poder. Todo para que Jesús renuncie a su
identidad, a su misión. El hecho de que Jesús se mantenga firme frente al
demonio y sus tentaciones, hizo posible que cumpliera su misión, que fuese
nuestro salvador, que diese testimonio del amor que Dios Padre tiene por todos
los hombres, sin excepción.
Nuestra identidad es compleja. Somos cristianos, pero
también tenemos una cultura propia, pertenecemos a un pueblo, tenemos una
historia. Al ir asumiendo los cambios que se producen en nuestra propia
cultura, corremos el peligro de perdernos, de despreciar nuestro propio pasado.
Esa es la gran tentación que hoy tenemos. Como al Señor, el demonio nos tienta
con las riquezas, con el poder, con la seducción de otras tradiciones que nos
pueden llevar a despreciar la nuestra. ¡Qué inmenso error sería el que
olvidásemos nuestras raíces, nuestra identidad! Sin raíces los árboles se
mueren. Sin identidad las personas se pierden.
Parte de nuestra
herencia como pueblo es la fe cristiana. Creemos que el Dios de Jesús es
nuestro Padre, nos ama y procura nuestro bien. Al comenzar esta Cuaresma,
conviene reafirmar nuestra identidad, reencontrarnos con nuestra herencia,
reforzarla. No para situarnos en contra de nadie sino para poder compartir lo
nuestro con todos. No hay culturas inferiores ni superiores. Son simplemente
diferentes. Y en el diálogo, todos nos enriqueceremos. Pero no hay diálogo
posible si no valoramos lo nuestro, si nos avergüenza nuestro pasado.
El cristiano hoy también, reconoce en esa historia de Jesús, su propia historia. ¿Por qué no me ayuda
Dios? ¿Dónde está el Señor en estos momentos en que lo necesito, por qué me
deja sólo? ¿Habrá valido la pena todo este tiempo de vida cristiana? ¿No era mi
vida mejor antes, las cosas no eran más alentadoras cuando Dios no era parte de
mi vida?
Él no es así, Él es Santo, es fiel, no sabe ser de otra
manera. ¿Cuántas veces brota el agua en nuestra vida a pesar de que nos hemos
vuelto indiferentes o rebeldes contra Dios?
Sentimos muy cercano el desierto cuando nos gana esta
desconfianza en Él, cuando creemos que no le importamos, que no es fiel, que no
nos quiere, que nos ha abandonado o hasta castigado…El desierto es siempre un
tiempo para volver a elegir otra vez el amor y la confianza de Dios, o un
tiempo en que las fieras –las de fuera o las de dentro-, pueden con nosotros, y
nos vence el miedo, y nos tornamos más duros, distantes, incrédulos, y el
desierto se vuelve un lugar oscuro y animal. El desierto tiene la ambigüedad de
la vida, la ambigüedad que resulta de vivir con Dios o sin él.
La cuaresma es el tiempo para elegir al Señor, un tiempo en
que reconocemos que la existencia sin Jesús nos expone a un mundo duro, estéril
e inhumano, y nos deja aislados y solos. Dios no desea que la vida sea un
desierto. Él quiere que contemos con su Presencia, que lo dejemos entrar en
nuestras vidas, que lo escuchemos en medio de las dificultades, tentaciones,
luchas, fragilidades, pruebas y pecados, no importa de qué índole sean
El ayuno, la oración y la caridad a los hermanos son el modo
para entrar en el desierto: con la sed solo puesta en Dios. No en las cosas, no
en palabras y ruidos superfluos, no con la mirada puesta en nosotros mismos.
Con la sed solo puesta en Dios.
A Jesús el
demonio le quiso robar su identidad. No lo consiguió. Que su ejemplo nos sirva
para afianzarnos más en lo nuestro y para, orgullosos de ello, compartirlo con
todos los pueblos de la tierra.
Paz y Bien
Mi nombre es Carmen García, soy laica OFs de Barcelona, nunca caí en el sentido de que fue el mismo Espíritu el que condujo a Jesús al desierto, y mira que lo he leído muchas veces, siempre creía que era conducido por el diablo.
ResponderEliminarGracias por la aclaración