LAS MUJERES EN EL SINODO

 


Teresa de Jesús, mujer y amiga de Dios y que a ella nunca le gustó “andar por las ramas” –por eso descubrió tan bien el rostro de Jesús– quiero compartiros algunas consideraciones de los últimos días. Y es que Teresa de Jesús es el paradigma más sensato de la vida de una mujer también para nuestros días sinodales.

Pensamos en cambios sinodales, pero en la visión puramente machista y perdón por la expresión, no me viene la palabra exacta, Teresa, abrió caminos y no los impuso; escuchó y, en consecuencia, cambió varias veces en su vida; supo ofrecer hogar para quienes buscaban, como ella, la sencillez del Reino de Dios; seguramente se comió muchas palabras, pero nos dejó otras tantas en las que hoy encontramos luz para el seguimiento, la innovación y la verdad del discipulado. Teresa de Jesús es, sin duda alguna, un modelo de feminidad que luce por sí misma, sin tener que enfrentar o confrontar a otros u otras. Es una mujer que crea vida, la gesta, la acompaña y la recibe.

Se me ocurre que, como ella, hay muchas mujeres que lo están haciendo. No nos redactan sus moradas, pero las viven. Hay mujeres consagradas que en el silencio de la jornada tienen muchas palabras llenas de Dios. Nos lo entregan en infinidad de gestos callados, mujeres; catequistas, sacristanas, religiosas, amas de casa, maestras, etc, Una lista que sería muy larga para exponer ante vosotros, nos transparentan luz, aun cuando estén viviendo oscuridad u ocultación, que de todo hay.

Hay mujeres que tienen nombre y apellidos, historia vocacional y milagros para repartir que, de momento, disfrutan pocos, quienes nos dicen en lo concreto en qué consiste la sinodalidad. Lo dicen sin decirlo ni publicarlo, pero lo viven. Están siendo lazo, unión y vínculo entre los diferentes. Están sirviendo y gozando de la alegría del servicio gratuito. Están escuchando a la multitud de heridos y heridas que provoca una sociedad en guerra comercial manifiesta. Acompañan a los descartados por el sensacionalismo y la hipocresía; los silenciados y arrinconados por quienes viven en sus círculos cerrados de poder; los que se sienten solos e indefensos porque han acumulado años de silencio y desprecio; los vagabundos, ancianos y aquellos que no cuentan para las encuestas de opinión.

Los transeúntes, sin papeles, huidos y presos… Hay muchas experiencias de consuelo que miradas una a una parecen anécdotas, vistas en conjunto nos hablan de la arrolladora fuerza de la historia de la salvación en camino. Son ellas las que sostienen comunidades que, aun siendo débiles, resplandecen porque desprenden misericordia y verdad. Están en el corazón de las iglesias parroquias. En los lugares de riesgo, con los últimos y últimas. Mujeres que silenciosamente trabajan de forma sin interés económico, y a las cuales están casi las 24 horas sirviendo a la comunidad, a un que a veces sea mal interpretado este servicio por mentes retorcidas. Mujeres que lo dan todo por el evangelio, con la ilusión no de ser aceptadas por la gente sino porque “alguien muy profundo les impulsa a hacerlo” y me refiero a su vacación laical.

Comparten la fe en sus parroquias, son pueblo de Dios feliz de serlo y llevan el aliento y a Cristo a tantos enfermos e impedidos. Rememoran y brillan con el primer amor de la fe cada vez que acompañan a los más pequeños o adultos en la entrada sacramental de la Iglesia. Son mujeres que están y sirven; sostienen y alientan una Iglesia que quiere caminar sinodalmente… que quiere gritar comunión en la diversidad. Estas mujeres, con años y experiencia de camino, llaman a cada cosa por su nombre. Son valientes y tienen fe. A veces callan, no es por cobardía o por dar la razón a quien sin vista manda, es por la confianza que tienen en la fuerza de la comunión que, al final y siempre, llevará a la comunidad cristiana a los márgenes, allí donde la vida crece y se cuestiona. Allí donde está la verdad.

Estas mujeres que difícilmente dejarán su nombre en los medios de comunicación del proceso sinodal son, sin embargo, el alma de un itinerario que ya empieza en el proceso sinodal. En su corazón y en sus entrañas todavía fecundas tiene garantías de éxito esta experiencia de encuentro, camino y comunión. Gracias a Dios ya empezamos a ofrecerles órganos de gobierno dentro de la Iglesia, en dicasterios y en la vida consagrada. Incluso me atrevería a decir ¿Por qué no en ministerios jerárquicos y de gobierno? Todavía hay un gran sector de la iglesia conservadora que vería que esto no es viable, las mujeres como María Magdalena, María de Nazaret y otras, fueron Apóstoles del Señor, las primeras en anunciar al Resucitado y éste al aparecérseles a ellas. La mujer siempre ha tenido un rol importante en la vida de la Iglesia, no en vano dice la escritura; “No es bueno que el hombre este solo” en los viajes de los apóstoles muchos fueron acompañados por mujeres, unas veces para la vida domestica y otras con responsabilidades en las primeras comunidades.

Una de las razones que veo en el Papa Francisco es el desafío de abrir ministerios a la mujer, yo diría que es el Papa que va más lejos, donde todos somos iglesia e hijos de Dios, sin distinción de sexo, todos llamados a vivir en Sinodalidad y en comunión unos y otras.

Hoy más que nunca debemos seguir mirando el presente y el futuro e interrogarnos ¿hacia dónde se dirigen nuestros pasos, nuestra mente y nuestro corazón? es la hora de latir al compás del Espíritu y de reflexionar juntos: “¿Qué nuevos ministerios se está gestando en esta Iglesia que gime su embarazo? No le pidamos a Dios impacientes que presione el vientre de la historia y acelere el parto. Es tiempo de silencio servicial y expectante” Es tiempo de abrir fronteras, espacios donde todos seamos Uno en Cristo.

Rafael Verger FdJ


Comentarios

  1. Las mujeres, lo sabemos, no son sólo las que aparecen en algunos programas de televisión, en los anuncios o en muchas revistas, en las redes sociales. Esas son una minoría, tan insignificante que desaparecen no tienen comparación frente a los millones y millones de mujeres, esposas, madres, vírgenes, viudas, casi siempre desconocidas y en el silencio, que hacen de levadura en nuestra sociedad y sirven de pararrayos ante muchas calamidades.
    Sabemos que, desgraciadamente, aún hoy hay mujeres, que viven en condiciones lamentables, que no llegan a poder realizarse como personas íntegras. Basta pensar en el porcentaje que corresponde a quienes todavía son esclavas de trata y condiciones similares…
    En todo caso, nos podemos preguntar: aun cuando la mujer alcance todas las reivindicaciones legítimas, ¿se sentirá plenamente realizada? Yo, como mujer de fe en Dios, pienso que las mujeres encontraremos la plenitud de nuestro ser en la experiencia de un encuentro profundo con su Hijo, con Jesucristo. Tener la gracia de encontrarnos hoy con Él, al igual que les sucedió a las afortunadas mujeres de Palestina. Encontrarnos con el Cristo que redimió al hombre y a la mujer.
    De hecho, ¿quién puede negar que Catalina de Siena, Rita de Casia, Rosa de Lima, Clara de Asís, Juana de Arco... hayan sido mujeres completas, ¿realizadas plenamente? Jesús, al anunciar el Reino, no pregunta si tú eres hombre o mujer sino: ¿Tú quieres seguirme? Es algo universalmente admitido que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la persona, y por tanto, de la dignidad de la mujer y de la vocación que corresponde a esta dignidad. Y esto, en su vida pública, a veces provocaba estupor, sorpresa, incluso llegaba hasta el límite del escándalo. «Se sorprendían de que hablara con una mujer» (Jn 4, 27)
    Recorriendo las páginas del Evangelio pasan ante nuestros ojos un gran número de mujeres, de diversa edad y condición que tuvieron su momento de encuentro personal con Jesús. Hoy mujeres de fe, consagras o no estamos en ambientes muy distintos: en diferentes profesiones o en casa, en los parlamentos, en los teatros, en los hospitales, en los organismos de la Iglesia... Y trabajamos para que Jesús, a través de nosotras, esté presente, se haga vivo en todos estos lugares
    Gracias por alzar la voz por las mujeres
    Una ama de casa y catequista

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  2. La organización de la iglesia, de quienes ejercían la autoridad, tanto en el mundo judío como el griego las mujeres no tenían lugar en el espacio público. Las mujeres no podían ser discípulas de un rabino, de un maestro de la ley. Sin embargo, el Evangelio nos muestra que hubo discípulas de Jesús. El Evangelio de Lucas nombra a siete mujeres. Son las mismas que se mantienen en las comunidades que surgieron después de la muerte y la resurrección, las que ocuparon puestos de responsabilidad codo a codo con los hombres en la difusión del Evangelio.
    La palabra apóstol significa enviado, los doce fueron enviados. Pero María Magdalena también fue enviada, la primera enviada a contar la buena nueva. Por eso recientemente se ha empezado a hablar de ella en un proceso que busca devolverle la honra, en reconocerla como el primer apóstol. Es que les cuesta mucho trabajo aceptar una mujer como dialogante cuando han estado acostumbrados a ser lo que suele llamarse la iglesia enseñante y la iglesia obediente de la verdad. Entonces que podamos hablar de igual a igual los altera. No están preparados para eso. Ahora no solamente hay temores, recelos, inclusive rechazo entre los teólogos, sino entre las teólogas, porque hay algunas que sienten que las cosas están bien así, que para qué hay que cambiarlas.
    Y los cambios solamente se producen cuando uno reconoce que las cosas como están no están bien.
    Por eso mismo digo a plena voz
    ¡El futuro de la Iglesia también pasa por las mujeres!
    Margarita Ribas
    Ama de casa y teóloga (profesora)

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  3. No es lo que más nos importa a las mujeres católicas, pero el sacerdocio es un icono de la desigualdad, que una mujer por el hecho de ser mujer no pueda representar a Cristo. Nosotras no estamos de acuerdo con que sólo los varones representan a Cristo, ni solo los sacerdotes, creemos que a Cristo lo representa el pueblo de Dios, también los laicos. Creemos en una Iglesia más ministerial que clerical. En eso estamos con el Papa Francisco que está en contra del clericalismo”
    Por eso quiero decir; Servidoras si, sirvientas no. Hace falta un cambio radical" “Me parece un abuso que el prototipo sea la mujer callada y sirviendo, porque así se parece más a la Virgen María. Mientras se les lance a las mujeres la idea de que esa es la mejor forma de estar en la Iglesia tendrán sirvientas gratis y calladas sin límite y convencidas además de que es lo mejor que pueden hacer. ¡Pues no!, la Iglesia necesita mujeres con voz y voto, responsables.
    Josefa Ramos
    Canonista y Catedrática de Derecho Eclesiástico del Estado.

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