¡¡QUO VADIS HUMANIDAD!!
¿Por qué el mundo está en caos?
Los disturbios, las guerras, la pobreza y las diferencias
ideológicas extremas se están multiplicando alrededor del mundo. ¿Cómo nos
metimos en este caos? ¿Hay alguna forma de salir?
Aunque muchos no piensen que Dios sea “necesario” ni crean
que Él controla el futuro del mundo, la realidad es que la mejor esperanza de
sobrevivencia que la humanidad tiene es el plan de nuestro Creador para su
creación.
Casi siempre se culpa a Dios cuando se pierden vidas en
eventos catastróficos. “¿Dónde está Dios?” es una pregunta natural ante el
sufrimiento extremo. “¿Cómo podría un Dios bueno permitir que tales tragedias
ocurran?”.
La dolorosa verdad es que Dios no es el verdadero causante
del sufrimiento humano. Muy a menudo, el hombre mismo lo es. Tiempo y ocasión
podrán ser la causa del dolor de alguien en particular, pero a gran escala, es
la humanidad quien se ha acarreado su propio sufrimiento. Los seres humanos han
escogido el mal desde el principio, y siguen escogiendo caminos que
inevitablemente los llevan al sufrimiento. Dios no es el responsable del caos
que vemos en el mundo hoy. Pero ¿cómo tomó la humanidad este mal camino en
primer lugar?
La historia comienza hace mucho tiempo, con el primer hombre
y la primera mujer en un lugar llamado Jardín de Edén. Es una historia corta,
pero con graves consecuencias.
¿Por qué el hombre escoge la maldad?
Luego de crear a Adán y Eva, Dios los puso en un jardín
donde había dos árboles especiales: el “árbol de vida” y el “árbol de la
ciencia del bien y del mal” (Génesis 2:9). También les dijo que no debían comer
del árbol de la ciencia del bien y del mal, y que desobedecer sus instrucciones
los llevaría a la muerte.
Esta orden de Dios, sin embargo, no era represiva. Él amaba
a su creación y la consideraba buena “en gran manera” (Génesis 1:31). Incluso
hizo al ser humano a su propia imagen, dándole una posición única y especial
dentro de todo lo que había creado (v. 26). Además, les ofreció a Adán y a Eva
una gran recompensa —representada en el árbol de vida— si le obedecían: comer
del árbol de vida le daría acceso a la vida eterna (Génesis 3:22).
Dios obviamente amaba a la humanidad, y considerando los
hechos —que los primeros humanos vivían en un lugar hermoso y podrían disfrutar
de él para siempre si obedecían— obedecer obviamente era la mejor decisión.
Pero luego las cosas se complicaron.
La mentira
La serpiente, “que es el diablo y Satanás” (Apocalipsis
20:2), entró en escena. Tergiversó las instrucciones e intenciones de Dios y,
con un astuto discurso, contradijo su enseñanza de que el fruto prohibido
resultaría en la muerte. Le dijo a Eva: “No moriréis; sino que sabe Dios que el
día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-5).
En otras palabras, la serpiente acusó a Dios de ser un
mentiroso y de retardar o prohibir innecesariamente la oportunidad del hombre
de ser como Él. Confundida y sin saber qué creer, Eva decidió investigar y
tomar una decisión por sí misma. “Y vio la mujer que el árbol era bueno para
comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la
sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió,
así como ella” (v. 6).
Fue así como la humanidad comenzó su camino de confiar en su
propio razonamiento y desechar las instrucciones de Dios. Lamentablemente, a
través de la historia los seres humanos han seguido los pasos de Adán y Eva y
el tiempo ha demostrado que Dios tenía la razón. La serpiente es la verdadera
mentirosa y “homicida desde el principio” (Juan 8:44).
Lo que aprendemos del pecado de Adán y Eva
Las lecciones del trágico error de Adán y Eva se repiten
muchas veces en la Biblia. Muchos proverbios nos advierten del mal ejemplo de
Eva de considerarse sabia en su propia opinión. “Fíate del Eterno de todo tu
corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”, dice Proverbios 3:5, y el
versículo 7 reitera: “No seas sabio en tu propia opinión; teme al Eterno, y
apártate del mal”.
El profeta Isaías, además, resume el error de confiar en el
razonamiento humano sin tomar en cuenta a Dios, diciendo: “¡Ay de los que a lo
malo dicen bueno, y a lo bueno malo!… ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y
de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Isaías 5:20-21).
Y, hablando de la misma tendencia, Dios dijo: “mi pueblo es
necio, no me conocieron; son hijos ignorantes y no son entendidos; sabios para
hacer el mal, pero hacer el bien no supieron” (Jeremías 4:22).
La razón por la que el mundo continúa dando vueltas en el
caos y continúa cayendo en su espiral descendente de tragedia es que los seres
humanos son incapaces de ver la raíz de sus problemas. ¿Por qué? Porque la
“serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás… engaña al mundo entero”
(Apocalipsis 12:9; vea también 2 Corintios 4:4; énfasis añadido).
Afortunadamente, esta ceguera espiritual es quitada por
Cristo (2 Corintios 3:14). De hecho, hay un pequeño grupo de personas que están
respondiendo al llamado de Dios ahora y, como consecuencia, son capaces de ver
la verdadera condición espiritual del mundo y de prepararse para ayudar a
Cristo en su regreso. Cuando Jesús vuelva, la tarea de estas personas será
ayudarle a traer entendimiento espiritual, sanidad y paz a nuestro caótico
mundo.
En pocas palabras, el mundo es ahora más caótico y peligroso
que nunca. Los desacuerdos, la polarización política, los conflictos y el
sufrimiento abundan, y el futuro no se ve nada prometedor. o que llegó la hora
de preguntarnos a dónde va el mundo, de examinarnos interiormente y,
exteriormente, a nuestro entorno, que hoy es todo el planeta, los
acontecimientos, nuestras circunstancias y nuestro comportamiento.
No se comprende que ni el crecimiento económico, ni el
desarrollo material, ni la riqueza, ni la industrialización, ni las
innovaciones tecnológicas tienen sentido al margen de la sociedad. No se
comprende cómo la rentabilidad puede ser protagonista de actividad alguna, si
no es en beneficio de la sociedad toda y no solo de algunos privilegiados.
Se ha colocado al ser humano en la condición de objeto
productor, cuya finalidad es la obtención de beneficios, fin supremo.
Creyéndonos libres, vivimos encadenados por el pensamiento
mítico de la productividad, del triunfo a cualquier precio, de la victoria
sobre los demás, avasallante y destructora. La competitividad ha opacado y
desplazado a la competencia, y la mediocridad a la calidad.
Nos han desarraigado de nuestras señas de identidad como
personas. Nos han estandarizado, excepto a los del grupo élites, los ungidos,
los detentores del poder y de las riquezas. Se nos hace olvidar que nacimos y
vivimos para ser felices, para agradecer al Creador, Uno, Único y Todopoderoso,
por la vida y el sustento que nos da, por Sus bondades y Su benevolencia para
con nosotros, para seguir Sus Mandamientos, único sentido de nuestra
existencia.
Ser nosotros mismos, auténticos, en relación con los demás,
parece obsceno, repudiable, porque las pautas del mercado dictan que pensar,
atreverse a saber y hacer, discernir, ejercer el libre albedrío individual,
salirse de la rueda de presos consumidores de productos, servicios y
antivalores es una tremenda osadía, un atentado contra lo arbitrariamente
establecido y un pecado capital contra la dictadura de la publicidad machacona,
de la propaganda proselitista engañosa y mareante y de la marea de lo banal, lo
superficial, lo intrascendente.
Hay una serie de riesgos que hoy son parte de nuestra vida
cotidiana, que viven con nosotros en forma de crisis, alteran nuestra forma de
vida y la estabilidad de nuestra sociedad. Muchos de tales riesgos los
fomentamos nosotros mismos. Son riesgos globales casi todos, y solo algunos
atribuibles a la Naturaleza, pero incluso a estos contribuimos los seres
humanos.
¿Qué seguridad podemos tener en un mundo en el que todos
estamos vinculados con todos, donde la violencia no se detiene ante ninguna
frontera, como las enfermedades o la contaminación? Un mundo extremadamente desigual es fuente de
inestabilidad e inseguridad. Hemos entrado en la era de los conflictos de la
exclusión social, que no se combaten con las armas
No es viable un modelo basado en las armas, la explotación
ilimitada de los recursos y la deshumanización. Una sociedad global en que
debemos sabernos vecinos responsables solo puede fundamentarse en la
solidaridad, y esta es una de las más cuerdas razones de esa sociedad de
sobriedad compartida que debemos crear.
Tengamos presente que los que destruyen la vida, el amor, el
espíritu, el cuerpo, no solo destruyen a sus víctimas, sino que se destruyen
ellos mismos, porque cuando el humano pelea con el de su propia especie, el
vencedor es… ¡nadie!
¡¡QUO VADIS HUMANIDAD!!
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