JUICIO FINAL
Charla 2 Mateo 25:31-46
¿Qué es amar
en la distancia?
¿Cómo
podemos amar a Dios a quien no vemos?
Notemos el contraste entre la primera y segunda
venida de Jesús. En su primera venida, Jesús se vació a sí mismo, llegando a
este mundo como siervo (Fil. 2:5-11). Concebido por una mujer, nació en un
establo y su cuna fue un pesebre. Como hombre, no tuvo un lugar dónde reclinar
su cabeza. Estos humildes principios
tenían un motivo: que habitara entre nosotros, lleno de gracia y de verdad (Jn.
1:14) y que nos atrajera a él (Jn. 12:32). En su segunda venida, sin embargo,
el tiempo para ser amable y cortés habrá pasado, porque ya no servirán a ningún
propósito por las circunstancias humildes. Jesús, por lo tanto, vendrá en toda
su gloria, con todos sus ángeles, sentado en su trono, y con todas las naciones
reunidas alrededor de él.
El Hijo del Hombre separa a
la gente en dos grupos como un pastor separa a las ovejas y los cabritos. Las
ovejas soportan el frío mejor que los cabritos, así que los pastores ponen a
los cabritos en un lugar protegido
mientras que las ovejas continúan con el forraje. Las ovejas parecen ser las
más favorecidas de las dos. Frecuentemente se usa pastores en las Escrituras
para Dios y Jesús, y las ovejas frecuentemente es la metáfora para referirse al
pueblo de Dios. La mano derecha es el lugar favorecido, y la izquierda el lugar
menos favorecido.
El rey invita a estas
misericordiosas personas a “heredar el reino
preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Una herencia es
un legado que se imparte por la última voluntad y testamento, e implica un
regalo no ganado. El hecho de que este reino ha sido preparado para este
propósito desde la fundación del mundo muestra que Dios ha planeado este
momento desde el principio.
Jesús dice, “Bienaventurados
los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7).
A veces somos tentados a predicar la primera
parte de este texto (“Venid, heredad el reino”) y a dejar la segunda parte
(“apartaos de mi al fuego eterno”) sin siquiera tocarla. Hacer esto es
irresponsable, porque debemos advertir a la gente del amenazante peligro
incluso si impartimos promesas de un futuro brillante. ¡La verdad a medias no
es la verdad! “Eliminar el castigo eterno es extraer los dientes de la Ley y la
presentación de un Dios santo. La bendición del Evangelio se puede retener
solamente si la Ley se ve completamente con seriedad como la voluntad del Santo
Dios, para quien el pecado es una grave rebelión, que requiere su castigo si no
es perdonado”
PONDRÁ LAS OVEJAS A SU DERECHA, Y LOS CABRITOS A SU
IZQUIERDA.
Hoy en día a muchos desespera que Dios permita el mal en
el mundo, no comprenden que en Su infinita misericordia, está dando tiempo,
oportunidad de conversión, a todos. Pero que además de misericordioso, es justo
Juez, y un día vendrá a hacer justicia.
Cabe hacer notar que Jesús no los llama benditos porque
hicieran algo extraordinario; no terminaron con el hambre en el mundo; no
curaron a todos los enfermos; no sacaron
a los presos de la cárcel. Simplemente
hicieron lo que podían hacer, lo que estaba a su alcance; quizá parecía
insignificante, darle un platito de comida
a un mendigo, o regalarle una prenda de ropa a un indigente que tiritaba
de frío, pero a los ojos de Dios no era insignificante
No es por nuestros
méritos o obras que heredamos el Reino, (Efesios, 2, 8) sino por Gracia de Dios, más bien que por sus obras demuéstranos que hemos
aceptado el Reino, Como dirá el apóstol Santiago, demuestren con sus obras, su
fe. Para que nadie se glorié en si
mismo. En Colosenses 3, dice “Todo lo que hagan lo hagan para el Señor” en
Mateo, 6, 3 nos dice “Que tu mano derecha no sepa lo que hace tú mano
izquierda.
Es evidente que los justos no hicieron sus obras de
misericordia pensando que Dios vivía en los necesitados a los que socorrieron;
tampoco lo hicieron para lucirse ante Él o ante los hombres. Ellos ejercieron
de corazón la misericordia, y por eso ahora les asombra lo que les ha dicho
Jesús. No se les había ocurrido siquiera. ¿Y cuando hicimos esto?
Me refiero a tantas ONGs que sin saberlo ejercen un bien
para el prójimo, cuantas personas sin saberlo actúan así? Ahora nos parece que Dios no hace justicia,
que en el mundo hay demasiada desigualdad, abusos, atropellos. Nos desesperamos
y quisiéramos que interviniera de una vez para meter orden y castigar a los
malos. Paciencia. Ya llegará ese día.
Eso sí, debemos de tener mucho cuidado que entre los que sean apartados del
Señor porque no fueron misericordiosos, no estemos nosotros.
En el Juicio final seremos juzgados también por nuestros
pecados de omisión. El bien que pudimos hacer y no hicimos.
Hay muchos
hermanos que dicen que basta la fe para
salvarse, se desconciertan ante este pasaje, en el que queda claramente de
manifiesto, que no bastará tener fe en Dios, no bastará decirle a Cristo:
‘¡Señor, Señor!’, Lo único que contará a la hora del Juicio Final, serán las
obras de misericordia. Esto nos recuerda lo que afirma san Pablo en 1Cor 13; si
no tengo amor, no soy nada.
Esta parábola del Juicio Final abre una esperanza para
todos los miembros de otras religiones e incluso para los no creyentes, porque
plantea que serán juzgados en el amor. Y serán salvados por Cristo porque al
haber amado y servido a los más pequeños, habrán amado y servido a Cristo sin
saberlo.
El castigo de los impíos será un
castigo eterno; su estado no puede ser alterado. Así, la vida y la muerte, el
bien y el mal, la bendición y la maldición, se pusieron delante de nosotros,
para que podamos elegir nuestro camino, y como elijamos libremente nuestra
manera de vivir, así será nuestro fin.
Santa Teresa, en su
Morada Quinta, Nos dice: No te quedes
embelesado en tu oración, dejando de lado a quien necesita de tu cuidado y
amor. Lo mismo entendieron, por ejemplo, San Agustín y San Juan de la Cruz. El
primero llega a decir: “Ama y haz lo que quieras”. El segundo: “A la tarde, te
examinarán en el amor”. Todo va en el mismo sentido de las palabras de Cristo:
«Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos,
lo hicieron conmigo». Y esto es lo importante.
A tal punto importa esto que tenemos que entender que el
Reino de Dios no es un lugar misterioso y lejano. Él nos dice: «El Reino de Dios
ya está entre vosotros» (Lc 17, 21),
Pero las obras que pueden salvarnos son
siempre obras de amor, porque la ley con la que vamos a ser juzgados se resume
en el amor. Podemos traducir hoy las palabras de Jesús para recuperar su fuerza
en la situación actual:
“Estuve
con ébola o con sida y me cuidaste, no tenía para dar de comer a mis hijos
porque me quedé en paro y compartiste tu sueldo conmigo, estaba en la cárcel
como terrorista y me visitaste, fui inmigrante sin papeles y me acogiste en tu
casa, anciana e inválida abandonada en una residencia y me dedicaste tu tiempo
y cariño, estuve deprimido y solo y me escuchaste, habían violado mis derechos
y me ayudaste a defenderme legalmente…”
Y
así, traduciendo el mensaje, descubriremos mejor que al hablar del juicio
final, Jesús hace de la compasión el criterio último y decisivo que juzgará
nuestras vidas y nuestra identificación con Él. Nos está hablando de algo muy
humano que todos entendemos: ¿Qué hemos hecho con todos los que viven sufriendo
a nuestro lado? ¿A quienes vemos y ayudamos? ¿Ante quienes cerramos los ojos o
permanecemos indiferentes?
Hoy se nos invita a reflexionar sobre
esto, porque nuestra vida se está jugando ahora mismo. No hay que esperar
ningún juicio. Ahora nos estamos acercando o alejando de los que sufren. Ahora
nos estamos acercando o alejando de Cristo. Ahora estamos decidiendo nuestra vida.
En qué lugar me posiciono?
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