PROYECTO EMAÚS

La misión de la Iglesia y de todo creyente es evangelizar,
Todo fiel cristiano, por estar incorporado a Cristo mediante el bautismo, está llamado a participar en la misión evangelizadora de la Iglesia. Todos los cristianos deben prestar su ayuda a la difusión del Evangelio, cada uno según sus posibilidades, sus talentos, su carisma y su ministerio en la Iglesia (AG 28). "La orden dada a los Doce: "Vayan y proclamen la Buena Nueva", vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos.
Dentro de la gran misión de la Iglesia se distingue la misión "ad gentes", o sea, a quienes no tienen la fe cristiana; la atención pastoral y la nueva evangelización. Ésta es descrita como «una situación intermedia que se da (entre misión ad gentes y atención pastoral)... donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio»
Por esto el camino de Emaús, es ir y proclamar el evangelio a toda criatura, creyente o no, a los alejados para que le conozcan y a los de casa para que reafirmen su fe más sólida y más auténtica. Que vivida desde la fe, y la esperanza pueda ser proclamada desde el amor.
Necesitados de una nueva evangelización por tantos bautizados lejanos de la vivencia de fe, y donde «faltan comunidades cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros grupos»
Se requiere no cualquier empeño evangelizador. Urge una labor de Iglesia que aproveche el gran potencial de presencia que tiene el laico en el mundo cotidiano, una mejor capacitación y formación de agentes para acciones concretas, una conciencia de ser parte de una comunidad organizada para evangelizar, la unidad en torno a un proyecto Misionero.
Hemos de estar centrados en que, si amamos a la Iglesia como Cristo la amó y se entregó por ella, también participaremos con alegría y generosidad en la formación de pequeñas comunidades o fraternidades donde se pueda alimentar y vivir mejor el ideal presentado por las primitivas comunidades: tener todo en común; estar unidos en la oración, en la enseñanza de los apóstoles y celebrar esfuerzos y fatigas de cada día en la fracción del pan (Hch 2, 42).
Como verás creo que tú como Pastor de nuestra comunidad parroquial nos podrías ayudar en tres aspectos;
• Etapa Misionera, que tiene como finalidad poner los cimientos de la fe, está constituida por:
El primer anuncio o kerigma,
Y la reiniciación cristiana,
• Etapa Catequética: cuyo objetivo es ofrecer un camino de crecimiento integral, gradual y sistemático de la fe, encaminado a que el bautizado pueda dar razón de su fe y vivir el seguimiento de Jesús al interior de una fraternidad;
• Etapa Apostólica: que nace de la alegría de haber encontrado a Cristo y que impulsa al discípulo a poner todo lo que es y lo que tiene al servicio del Reino.
Como decía mi querido padre Francisco de Asís, “Te cuidado con tu vida, tal vez ella sea el único Evangelio que algunas personas vayan a leer” Que responsabilidad



LA FRATERNIDAD DE LA IGLESIA.
La Iglesia es la fraternidad de los creyentes. A
muchos creyentes, a veces, nos cuesta aceptarla o
identificarnos con su imagen o con algunos de sus

mensajes. Pero, a pesar de todo, es nuestra Iglesia.
Los no creyentes, frecuentemente, ni siquiera llegan
a entenderla.
Cuando nos sentimos lejos, acercarnos al modo en
que se acercó Francisco de Asís a la Iglesia de su
tiempo puede ayudarnos. Él supo ver lo esencial de
la Iglesia: ser portadora de la Buena Noticia del
Evangelio y de Jesús. Supo distinguir la Iglesia como
don de Dios y como reflejo de la limitación humana.
Para él no se podía vivir el Evangelio sino en la Iglesia,
era su hogar, el ámbito donde se nutría su camino
espiritual. Su vocación de ser menor también le situó
en obediencia. Pero al mismo tiempo, se mantuvo fiel
a su vocación, que no era aceptada por buena parte
de las instancias jerárquicas de la Iglesia. Francisco
no fue ni desobediente ni sumiso ingenuo, fue, antes
que nada, discípulo de Jesús.
A nosotros, también nos toca hacer la síntesis y el
equilibrio entre fraternidad y libertad. No podemos
justificar lo injustificable, pero podemos mirar más
hondo: el tesoro oculto de la fe de la Iglesia y
agradecerlo. Nuestra fe se enraíza en la fe de la Iglesia.
Cuando dudo y me rebelo, su fe me sostiene. Los
grandes testigos de Dios, a lo largo de la historia, me
ayudan a recordarlo. Es muy fácil alejarnos e inventar
una fe a nuestra medida, por eso la importancia del
corazón de la Iglesia, con todas sus contradicciones.
Cuando vemos la realidad de esta institución, no
podemos olvidar que Jesús escogió a Pedro como jefe
de los discípulos, el que le negó tres veces. Cuando
Jesús nos dice que somos la sal de la tierra y la luz
del mundo, nos escandalizamos porque nos sentimos
poca cosa, pero tal y como somos nosotros es la Iglesia.
Si, como dice Pablo, somos colaboradores de Dios,
tenemos que agradecer el tesoro de la Iglesia: la fe
que recibimos; y trabajar para la Iglesia que queremos:
fraterna, pobre, igualitaria, en diálogo con el mundo
y pegada a Jesús y su Evangelio. Tenemos que trabajar
firme y fielmente para que en nuestra mirada a la
Iglesia puedan integrarse fraternidad, agradecimiento,
sentido crítico y colaboración.
El mejor lugar de conversión
En la comunidad humana más cercana, sea esta una fraternidad, un matrimonio o una familia, es donde se da y se constata la conversión de la persona. Es el mejor banco de pruebas para ver si los cambios que se están dando en uno mismo o espero que se den en un futuro son verdad o meras ilusiones que se quedan en sólo deseos. Las relaciones cercanas son el ámbito en el cual comprobamos la verdad de nuestro corazón.
Las otras personas son las que nos hacen salir de nosotros mismos, hacen que saltemos nuestros límites, ponen a prueba nuestras capacidades de aceptación, perdón, aguante... En definitiva, hacen que aprendamos a amar más allá de nuestros deseos. Es donde comprobamos la realidad de nuestras personas, el realismo de nuestras relaciones, porque asumimos las grandezas y miserias de lo que verdaderamente somos.
Vivir en fraternidad, en matrimonio, en familia, es un continuo proceso de conversión. Nos vamos convirtiendo los unos a los otros, vamos construyendo continuamente nuestras relaciones porque la vida no para y nosotros mismos vamos cambiando. No es tarea fácil muchas veces, ni fuente de satisfacciones inmediatas. Y sin embargo, es el territorio donde más somos nosotros mismos, más se nos exige y más damos; y sobre todo, más profundidad y altura alcanzamos.
Esta aventura de la fraternidad no está a la medida humana, a la medida que podamos planificar y controlar; está a la medida de la fe, de la esperanza y del amor. Es el mejor lugar de nuestra conversión. ¿Nos imaginamos a qué fraternidad nos invita Jesús cuando dice que somos hijos de un mismo Padre y hermanos entre nosotros? Como decía alguien: “¿Quieres saber dónde te encuentras en tu vida espiritual? Mira la calidad de tus relaciones personales, de las relaciones fraternas. Ahí está, sin riesgo de equivocación, el verdadero barómetro de tu vida interior
Paz y Bien



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