LA MISIÓN DEL LAICADO

LA MISIÓN DEL LAICADO
La situación actual requiere colaboración de todos. Tenemos una Iglesia de multitudes y para multitudes, más bien anónimas y sin compromiso. La fe de la Iniciación cristiana es muy débil. La mayoría de cristianos no tiene casi sentido de pertenencia eclesial. El testimonio y liderazgo de los cristianos en la vida social es muy elemental. No se ha desarrollado un auténtico cristianismo en medio de una sociedad de conflictos y problemas, y una cultura de contestación a los valores cristianos. Hay ruptura entre la fe y la vida. La postmodernidad requiere nuevas respuestas, y una nueva institucionalización ministerial. Las redes de comunicación, la coordinación, la globalización de la atención a problemas globales, pide una nueva organización. Hay fenómenos nuevos que nos hacen planteárnoslo. La complejidad de las situaciones exige una pastoral orgánica y planificada, creando respuestas estructuradas a las necesidades, y también un aumento y diversificación de agentes, para una vitalidad del proceso de evangelización. La eclesiología de comunión ha coincidido con el sistema de secularización, lo que pide creatividad apostólica, y corresponsabilidad pastoral. El proyecto del Reino de Dios no se puede implantar sin la colaboración de todos, en corresponsabilidad diferenciada.
Al laico se le ha desplazado, en una Iglesia clericalizada. Por arraigada tradición, vivimos un modelo de Iglesia muy clericalizada. Al laico se le ha promovido poco, no se le acepta, no madura, es muy dependiente del sacerdote. Las comunidades dependen mucho del sacerdote, cuya presencia y acción son imprescindibles en todas las tareas parroquiales. Y nuestras estructuras tratan de mantener este sistema. Sin embargo, los sacerdotes tienen su agenda llena de compromisos, y no alcanzan a cubrir todos los campos del ministerio. Por lo que se hace necesaria la colaboración del laico. Las experiencias condicionan mucho las decisiones. Y hasta ahora sólo tenemos experiencias de ejercicio del ministerio instituido por parte de seminaristas, o Diaconado permanente, reduciéndose a mera formalidad pedagógica, con alguna presentación ritual, pero sin un servicio real a la comunidad. La mayoría de servicios o ministerios litúrgicos se reducen a una función ritual, sin correspondencia a un servicio comunitario en la vida de la comunidad. No se ve la relación entre la Eucaristía y la existencia. Las mujeres han invadido los servicios, desplazando a los varones, o cerrándoles espacios, por lo que pocos participan. Aunque permanece un número elevado de sacerdotes, la población va creciendo geométricamente, y en proporción, el Seminario va quedando vacío. Si las familias no ofrecen buenos elementos, y no hay entusiasmo en los jóvenes, ya hay  parroquias sin sacerdote. Algunos seglares entienden bien las tareas de la comunidad, y se han capacitado en la acción, trabajando en el plan de pastoral. Crece la conciencia de participación y corresponsabilidad en las tareas de la Iglesia. Los protestantes hacen proselitismo muy coordinado y constante, y promueven a ministerios sus miembros, lo cual motiva a muchos. Hay actitudes de celo, prevención, desconfianza, rechazo, hacia los laicos, de parte de los sacerdotes. Sólo quieren colaboradores para la realización de sus decisiones, entre los que pueden y saben, como menos ejecutores.
Se va de un extremo a otro en los laicos: del devocionalismo y la introversión, al activismo y la secularización. Cuesta trabajo integrar la celebración y la misión. En la práctica sí hay diferencia de clases, puestos y funciones; discriminaciones, paternalismos, competencias, descalificaciones. Eso quita testimonio y dinamismo. Ciertas experiencias de otras diócesis originan un fundado temor de que el poder del laico escape al control de la Jerarquía. O que la institución de ministerios para laicos llegue a ser una institución inútil que nada aporte a nuestro proceso de edificación en la comunidad cristiana. O incluso de caer en un nuevo acaparamiento de funciones que burocratice más nuestra Iglesia particular.
Algunos campos que atienden los laicos: En el área de Formar comunidad: dirección de grupos, animadores, responsables de comunidad, coordinadores de equipo. En el ministerio de la Palabra: catequistas diversificados, profesores de religión, formadores de la fe, predicadores itinerantes, organizadores de cursos, teólogos. En el ministerio del culto: lectores, acólitos, ministros extraordinarios de la comunión, monitores, coros, decoradores, devociones. En el ministerio de la caridad: animadores de la asistencia caritativa, asistencialismo, acción social, atención a ancianos, enfermos, solidaridad y grupos cooperativos, derechos humanos, atención a situaciones críticas, formación social, ... Ahora podrían pensarse como posibles: evangelizador, catequista, apostolado familiar, enfermos, problemas sociales, emigrantes, trabajadores, juventud, comunicaciones, etc. No solamente son ejercidos por una sola persona, sino en equipo, como grupo o asociación. Sería una posibilidad a pensarse en la institución de ministerios colectivos. Todo servicio a la comunidad cristiana debe converger necesariamente en la celebración cultual, especialmente la Eucaristía
No hemos asumido bien el despertar laico. Se notan ciertas tendencias hacia un nuevo clericalismo, reviviendo temores de poderío o usurpación de funciones por parte del laico. Dejamos pasar esta coyuntura del despertar laical, considerándola solo desde la eficacia pastoral. Muchos quieren que todos los miembros de la comunidad estén empeñados de la misma forma en su servicio o ministerio. Algunos no distinguen entre ministerios y servicio. A cualquier servicio le llaman ministerio. O les dan poder y exageran importancia. O los hacen al molde clerical. O no les brindan adecuado acompañamiento. Otros reducen la actividad apostólica a sólo el ejercicio de los ministerios, y los interpretan conforme a una imagen clerical. Algunos confunden las relaciones y diferencias entre jerarquía y laicado. Dejan a los laicos hacer funciones propias del ministerio ordenado, provocando confusión. La falta de formación es enorme, tanto en los laicos que ejercen un ministerio, como en el pueblo de Dios en general. Hay comunidades que agradecen a los miembros que las sirven; otras, intentan destruirlos moralmente. Hay laicos acomplejados, que no quieren meterse en las cosas de la Iglesia, porque los critican con una mentalidad clericalista. Se ruborizan al asumir esas funciones por no aparecer «mejores »que los demás, o como usurpadores de funciones que suponen son del sacerdote. Laicos inseguros que necesitan del consejo del sacerdote para tomar cualquier decisión. Algunos laicos comprometidos forman un grupo cerrado, agotado en sí mismo, que no irradia participación ni forma sustitutos. Y eso hace que se perpetúen en el cargo. Hay laicos que prestan servicios eclesiales pero descuidan sus tareas propiamente laicales, como son: atención a su familia, el trabajo, la escuela, su ambiente, la colaboración social, sus deberes cívicos, etc. Otros, por el contrario, desde el Evangelio, animan los ambientes políticos, económicos, culturales y sociales.

El siglo XXI ha de ser en la Iglesia el tiempo de los laicos... ¿Qué pasa si la mies es mucha, los trabajadores pocos, y esos pocos trabajan poco? Los discípulos misioneros de Jesucristo están en el mundo sin ser del mundo. «Como corderos en medio de lobos», han de transformar el mundo, nunca dejarse arrastrar por el mundo. Tienen como distintivo la verdad y como estandarte la paz: « la paz reine en esta casa»... «Ay de mi si no anuncio a Jesucristo»…
«La misión, o se hace con los laicos o no se hará»  Los laicos son el gigante dormido del apostolado, para despertarlo es necesario abrir espacios de formación, de comunión y de participación afectiva y efectiva. Los laicos adormilados, indiferentes, cansados, ensimismados y los que simplemente en silencio se van, esperan de los sacerdotes agentes cualificados, una palabra de consuelo, una mirada de amor, una puerta abierta que los enrole en la dinámica de la Nueva Evangelización.
Los laicos pasen de aficionados a enamorados, de enamorados a predicadores, de predicadores a testigos, y de testigos a santos… Es ahora la hora de los laicos… Ahora, es la hora de Dios… Es hora de encontrar a Cristo… de conocer a Cristo... de anunciar el Reino… Es hora de vivir en Cristo… Es hora de amar a Cristo... Es hora de morir por Cristo... Es hora de recomenzar desde Cristo… De pasar de los dichos a los hechos… Ahora, es la hora del testimonio... Ahora, es la hora de la misión… Ahora, es la hora de los laicos…

Paz y Bien

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