como el padre me amo (kairoy)



Dios es Amor, pero que Amor?
Hoy todos hablan del amor. Es una palabra tan frecuente en
el lenguaje de los hombres, que corre el peligro de devaluarse. El amor no es
algo que se hace, sino que se entrega de una manera libre y total de una
persona a otra. Es un don de sí, un regalo al otro.
 El amor es algo que
no sólo se afirma con palabras y frases poéticas, sino que se demuestra con
hechos, porque es una decisión. Así lo entiende el Señor, y así nos lo demostró
dando a su Hijo Jesús por todos nosotros: “así amó Dios al mundo! Le dio al
Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”
(Juan 3, 16). Por amor a cada uno de nosotros entregó a la muerte a su Hijo
amado en quien tanto se complacía (. Mc. 1, 11).
Para el Señor, el amor es darse, y darse totalmente, hasta
el punto de dar la propia vida por sus amigos, que es la forma más perfecta de
amar (. Jn 15, 13). Él nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Y amar es también
ser alguien.
Dios es amor y todo cuanto ha hecho, en especial nosotros,
como el culmen de su creación, ha sido por Amor y para el Amor.
¿En qué “Dios’ creemos?
Todos tenemos, ya sea guardado o manifiesto explícitamente,
un deseo profundo por conocer a Dios, y de conocerlo tal como es. Aquí estamos,
entonces, dispuestos a conocer a este Ser del cual nos han hablado mucho o
poco, algunas veces acercándonos a Él, y en otros, mostrándonos a un Dios muy
diferente al que es en realidad, causando en nosotros que en algunos casos nos
alejemos atemorizados o decepcionados del Señor, y en otros, que vivamos
venerando una imagen equivocada de Dios; es decir, creyendo en otro dios que
nada tiene que ver con el verdadero Dios que nos presenta la Biblia, y en
especial el Evangelio que nos predicó su Hijo Jesucristo.
Iremos descubriendo, entonces, algunos de estos “rostros” o
máscaras que deforman el verdadero rostro de Dios y que nosotros mismos le
hemos ido poniendo.
Las imágenes equivocadas de Dios
Muchos hemos visto en nuestro Dios de alguna manera refleja­da
la imagen de nuestros padres. Pero a menudo lo hacemos tan mal que nos quedamos
con una idea distorsionada de Dios y por lo tanto alejada de la realidad, como
cuando en un parque de diver­siones entramos a un salón de espejos: grandes
superficies cónca­vas o convexas que deforman a quienes en ella se miran,
redu­ciéndolos a la estatura de los pigmeos, o alargándolos curiosa­mente, o
robusteciendo algunas partes del cuerpo mientras adel­gazan otras, o cambiando
las facciones de modo que produzcan los más grotescos efectos.
Lo mismo hacemos muchas veces, sin saberlo, con nuestro Señor.

Algunas de estas falsas imágenes de Dios son, por ejemplo:
a) Unos lo imaginan como una fuerza difusa que se extiende
por doquier. Quienes lo imaginan así hacen de todo el cosmos una
materialización del ser divino al modo del panteísmo.

Sin embargo, los cristianos rechazamos esa identificación de
la creación con el Creador. Él está en todas partes pero  es distinto de las cosas y no se agota en
ellas, para nosotros hay un solo Dios, el Padre: todo viene de Él y nosotros
vamos hacia Él (1 Co 8,6).
b) Otros, imaginan a Dios como un ser majestuoso, inmenso,
augusto, soberano de todo cuanto existe, una especie de Rey Sol del universo,
completamente despreocupado de sus súbditos, infinitamente lejano de nuestra
diarias inquietudes y necesidades. Un dios insensible, extraño a la historia o
en el mejor de los casos, un dios-abuelo de barba blanca que se entretiene jugando
con el globo de la tierra
Efectivamente, Dios es Rey pero a la vez se hizo siervo, se
redujo a la nada, tomando la condición de servidor y se hizo semejante a los
hombres” (Flp 2,7)
c) Por otro lado hay una serie de imágenes que aproximan al
Señor plano humano de nuestra existencia pero de modo poco grato para nosotros.
Estas imágenes equivocadas son
1.      La del dios
vigilante, estricto que controla todo lo que hacemos los vivientes.
2.    La del dios
sádico, sólo atento a las faltas para castigarnos y demostramos así lo imperfectos
y limitados que somos.
3.     La del dios
contador, que lleva la cifra precisa de nuestros pecados anotándolos en su
libreta, para pesarlos el día del juicio final en una balanza exactísima e
imponer inflexiblemente las condenas correspondientes cuando la aguja se
inclina al lado de las malas obras porque estas fueron mas numerosas que las
buenas obras.
4.    La del dios
policía, que nos reprime como a niños inquietos y desobedientes.
5.     La del dios
déspota, que prohíbe hacer lo que nos place y nos impide ser nosotros mismos y
alcanzar la felicidad
6.    La del dios
colérico, vengativo, celoso del progreso de los hombres.
7.     La del dios
caprichoso, que a uno salva y a otro condena sin aparente razón.
8.    La del dios
permisivo, que nos consiente en todo porque en el         fondo no le preocupan nuestras faltas,
ya que está demasiado   ocupado en otros
asuntos más importantes que  nosotros.
9.    Esas figuras son
totalmente opuestas al Dios que dijo: “No temas, yo soy tu Escudo” (Gn 15, 1).
Se deben, generalmente, a experiencias desagradables que hayamos podido tener
principalmente con nuestros padres, en especial nuestro padre natural, o con
quien en nuestra infancia o juventud ejerció el papel de autoridad de manera
inadecuada, asociando nosotros inconscientemente      esta imagen del padre humano a la del
Padre celestial.
10.  Otra serie de
falsas imágenes nos presenta a un dios “domesticado” por el hombre, a un dios
“tapa huecos” o “curandero”.
11.  El dios
curandero, al que acudimos en busca de alivio sólo cuando algo nos duele o
aflige.
12  El dios bombero,
dispuesto a extinguir los “incendios” que es­tallan y que se esfuma
discretamente después de cumplir su labor.

Es cierto que Dios sirve al hombre, lo acabamos de decir,
pero no a la manera de un robot electrónico.
Nosotros, los cristianos, no podemos quedamos en tales representaciones
de Dios. Tenemos que superarlas y rechazarlas, como rechazaron los primeros
cristianos los ídolos, pues así definitivamente no es el Señor, y nosotros
debemos aspirar conocerle tal como es. Y qué mejor que su propia Palabra para
encontrar la respuesta a la interrogante de ¿quién es Dios? ¿Qué es lo que nos
dice la Biblia al respecto?
 Dios es Amor
La primera carta de san Juan, capítulo cuatro, versículo
ocho, es clara y afirma sin rodeos: Dios es Amor.
Hoy todos hablan del amor. Es una palabra tan frecuente en
el lenguaje de los hombres, que corre el peligro de devaluarse. El amor no es
algo que se hace, sino que se entrega de una manera libre y total de una
persona a otra. Es un don de sí, dádiva al otro.
 El amor es algo que
no sólo se afirma con palabras y frases poéticas, sino que se demuestra con
hechos, porque es una deci­sión. Así lo entiende el Señor, y así nos lo
demostró dando a su Hijo Jesús por todos nosotros: “así amó Dios al mundo! Le
dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida
eterna” (Juan 3, 16). Por amor a cada uno de nosotros entregó a la muerte a su
Hijo amado en quien tanto se complacía (Cf. Mc. 1, 11).
Para el Señor, el amor es darse, y darse totalmente, hasta
el punto de dar la propia vida por sus amigos, que es la forma más perfecta de
amar ( Jn 15, 13). Él nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Y amar es también
ser alguien.
Dios es amor y todo cuanto ha hecho, en especial nosotros,
como el culmen de su creación, ha sido por Amor y para el Amor. Y notemos que
es con imágenes humanas con que el pensamiento del hombre ha visto encarnarse
el amor de Dios.
Dios es nuestro Padre
Esta es la gran verdad que Jesús nos revela: Que Dios es
nuestro Padre, y no sólo esto, sino que quiere que tengamos una relación con él
como tal.
La Biblia nos presenta al Señor como el Padre que se lanza
al cuello de su hijo pródigo para cubrirlo de besos; nos dice que el Padre da
cosas buenas a quienes se las piden (. Mt 7, 7—11; Jn 16, 23), porque es más
generoso que cualquier padre de la tierra ( Lc 11, 11—13), para que
comprendamos que Dios no sólo nos ama como un padre, sino que nos ama porque Él
es nuestro Pa­dre. Veamos algunas de las características de este Amor del Padre
Es un amor PERSONAL
“Y ahora, así te habla Yavé, que te ha creado  No temas, porque yo te he rescatado; te he
llamado por tu nombre, tú me perteneces  Porque tú vales mucho más a mis ojos, yo te
aprecio y te amo mucho” (Isaías 43, 1.4).
“Mira cómo te tengo grabada en la palma de mis manos”
(Isaías 49, 16).
Dios ama a todos los hombres, pero también ama a cada uno de
una manera personal, como cada uno necesita ser amado. Nos ama como si fuéramos
sus únicos y preferidos hijos, que se alegra con nuestras alegrías y se
compadece con nuestras penas.
 Un amor INCONDICIONAL
“Pero, ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar
de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque se encontrara alguna que
lo olvidase, ¡yo nunca me olvidaría de ti!” (Isaías 49, 16).
“Los cerros podrán correrse, y moverse las lomas; mas yo no
retira­ré mi amor…” (Isaías 54, 10).

La respuesta del Señor a nuestras buenas o malas obras no es
el premio o el castigo; la respuesta de Dios es siempre misericordia y amor.
Examínate, cómo te encuentras ahora, cómo has sido antes. No importa lo que
hayas sido en el pasado o seas en el presente: pecados, vicios o defectos. Él
te ama incondicionalmente, por­que su amor no cambia por lo que hagamos ni por
lo que nos ocurra en la vida.
Esto es de suma importancia para todos nosotros, pues en
cuántas oportunidades nos podemos haber sentido alejados del Señor luego de
haber cometido un gran pecado o falta, y hemos pensado que Él ya no quiere
saber nada de nosotros porque le hemos fallado, y que por lo tanto no merecemos
ni siquiera invocarle porque estamos “manchados”. Pues así le hayas fallado a
Él y a los demás una y mil veces, el Señor nunca dejará de amarte. Él no te ama
por lo que haces, sino por lo que eres, y tú eres su hijo.
En realidad, incluso todo fracaso, problema y hasta pecado
en tu vida puede convertirse en una oportunidad para ti a fin de que
experimentes el amor que te tiene Dios y que es siempre fiel.
No necesitas aparentar algo diferente de lo que tú eres para
que Dios te amé. Él te ama como eres. No te pide cambiar o ser santo para
amarte. Es su amor el que te hará cambiar y ser santo. Dios te ama con tus
cualidades y defectos. Él no te ama o te deja de amar por tus cualidades y
defectos, por tus triunfos, o por tu santidad, sino con tus cualidades y
defectos, porque en su infinita omnipotencia, hay una sola cosa que Él no puede
hacer, y esa es dejar de amarte. Él es AMOR.
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas,
la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la
espada?  Pero no; en todo esto saldremos
triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni
los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las
fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra
criatura podrán apartamos del amor de Dios” (Romanos 8, 35.37—39).
Es un amor que busca LO MEJOR PARA TI
Dios ciertamente te ama como eres, pero porque te ama tanto,
no te quiere dejar así. Él quiere algo mucho mejor para ti.
 “A Dios, cuya fuerza
actúa en nosotros y que puede realizar mucho más de lo que pedimos o
imaginamos…” (Efesios 3, 20).
Porque te ama, Dios quiere lo mejor para ti y tiene un
proyecto para tu vida que hizo con toda sabiduría y amor. ¿Te has preguntado
alguna vez qué es lo que el Señor espera de ti? ¿Cuál es la misión que él te
quiere dar?
La riqueza del amor de Dios por nosotros es tan grande que
Él ya nos tiene preparado para nosotros un camino lleno de bendiciones, porque
en su misericordia no se ha fijado en nuestras limitaciones, pecados e
infidelidades, sino que nos ha tomado en cuenta para realizar su obra en el
mundo. No lo merecemos, pero Él ha decidido llamamos a nosotros. Por eso es que
estamos aquí en fraternidad y comunidad.
Este plan supera ampliamente lo que tú te imaginas o puedas
pensar para tu bien, y lo irás descubriendo en la medida en que vayas caminando
por esta nueva vida en el espíritu, y que se inicia precisamente en el momento
en que experimentamos el amor de Dios.
Porque aquel que experimenta en su vida el amor de Dios, no
puede ser ya la misma persona. Su vida es transformada radical­mente. Ha nacido
de nuevo, y descubre entonces toda esa inmensa riqueza de gracias y bendiciones
que el Señor le tiene preparado en esta vida como anticipo de la gloria eterna
que disfrutará en su presencia.
Es un amor que toma siempre la INICIATIVA
“En esto está el amor: no es que nosotros hayamos amado a
Dios, sino que él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nues­tros
pecados” (1 Juan 4, 10).
 “Ustedes no me
eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a uste­des…” (Juan 15, 16).
 Dios te ama y lo
único que te pide es que creas en Él, en su amor, y confíes en sus proyectos
más que en los tuyos.
 Hasta hoy quizás has
estado haciendo con tu vida lo que tú querías. Decidías hacer o dejar de hacer
esto y aquello. Y haciendo las cosas a tu manera has podido comprobar los resultados.
Si tú le abres las puertas de tu corazón al Señor, tienes
que dejarte conducir por El y empezar a hacer las cosas a su manera, y Él, que
te ama más que nadie, sabrá conducirte mejor que nadie para que no vuelvas a
vivir en la oscuridad.
 Y lo primero que el
Señor te pide no es que le ames, sino que te dejes amar por Él. No tienes que
hacer nada para ganarte su amor. Él ya te ama. Más bien, déjate amar por el
Señor para que ese amor empiece a transformarte.
 Él es el Buen Pastor,
es la Luz; Él es la resurrección y la vida. Él es el perdón, la misericordia.
Él es el Amor.
Creer en Dios y conocerlo en verdad
Hemos mencionado que el Señor desea, como nuestro Padre que
es, tener una relación personal con cada uno de nosotros. Y esto es fundamental
para ti.
 ¿De qué te sirve
tener un gran concepto de Dios, así sea el correcto y sin máscaras, si él sigue
siendo un gran Extraño en tu vida? Pues no te servirá de mucho.

Y es que lo más importante para el cristiano es tener una
relación con el Señor; es decir, que Él sea parte de tu diario vivir, que lo
hagas partícipe de todo lo que haces y vas a hacer. Eso es tener una auténtica
relación con el Señor. Eso es hacerlo tu Señor.
Pero para que Dios, tu Padre, deje de ser ese «Extraño» —o
«Gran Extraño»— de tu vida, tiene que ocurrir algo indispensable, y es que lo
conozcas. Y conocer a Dios es mucho más importante que creer intelectualmente
en él, pues su Palabra nos dice que hasta “los demonios también creen, y
tiemblan” (Stg 2, 19).
Conocer al Señor es lo necesario, conocerle es lo que hará
cambiar tu vida. El que conoce verdaderamente al Señor, deja de ser ya la misma
persona de antes.
 Por ello san Pablo
rogaba al Señor “que sean capaces de comprender, con todos los creyentes, cuán
ancho, y cuán largo, y alto y profundo es, en una palabra, que conozcan este
amor de Cristo que supera todo conocimiento” (Ef 3, 18—19).
 La pregunta que
deberías hacerte en este momento es: ¿Y cómo puedo yo conocer a Dios?
 De lo que se trata
aquí es de encontrar, no ya pruebas de que el Señor nos ama, sino de encontrar
el camino para recibir el Amor del Padre. Puede haber varias o muchas formas de
recibir este supremo, incondicional y personal Amor de Dios, pero todas pasan
necesariamente por la experiencia personal.
Nadie puede conocer a Dios sin haber experimentado su amor.
Por ello, bien nos dice san Juan: “El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios
es amor” (1 Jn 4, 8).
Busca tener esa experiencia propia del amor de Dios,. De
cuánto te ama el Señor, y ella te convencerá más que mil palabras y
testimonios. Y esa experiencia marcará tu vida para siempre.

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