Qué es acompañar
Qué es acompañar
Acompañamiento viene de “compañía” y, a su vez, se deriva de compartir
el pan, la vida misma. Es decir, caminar con el otro, compartir el día a día, poniéndose a su servicio, para que éste un día
pueda caminar hacia donde crea mejor.
Nuestra fe sostiene que en Jesucristo el Dios incomprensible
se encarnó en el mundo: “La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn
1,14). Viviendo una vida histórica auténticamente judía en la Galilea del siglo
I, condicionada por los límites físicos y psicológicos de nuestra especie,
Jesús predicó el Reino de Dios, sanó a personas que sufrían, buscó a los perdidos
y ofreció hospitalidad y consuelo a los que acudían a él. De ese modo
manifestaba lo que Dios es y no deja de ser: amor pródigo, amor cercano y
compasivo, amor seductor e íntimo, amor que acompaña y sostiene al hombre en su
caminar por la vida. La Palabra se hizo carne para que Dios, que es amor,
pudiera establecer una profunda unión personal con el mundo, el amado.
El reino de Dios consiste dar la buena noticia al pobre,
reencontrar al descarriado, perdonar las culpas, sentar en la mesa al
marginado, ofrecer el año de gracia del Señor. Su intención al acompañar es
hacer que las personas se encuentren con el Dios Padre, amigo de la vida;
experimenten que Dios viene a salvarlos, se curen, sean transformados, y acojan
la Buena Nueva del Reino de Dios. En la
muerte y resurrección de Jesús, Dios se ha “acercado” realmente al ser humano
condicionado en su historia personal y social, y le es fiel, amándole y
entregándose a él.
Jesús se convierte en el guía de la humanidad en su camino
hacia la vida que viene de Dios. De su resurrección se origina la esperanza de
que nos hemos convertido, como hermanos suyos, en coherederos de la
resurrección y de la radical curación a ella unida. De ahora en adelante toda
historia es “recuperar la resurrección”.
Así, en Jesucristo se encuentra la intención curativa de Dios para todo lo humano
y el conjunto de la creación. Él es auténtico sacramento de acercamiento y
acompañamiento, que nos induce a recuperar la resurrección en cualquier ser
humano y en todo lo creado.
Su forma de acercarse y acompañar, previas a la Pascua,
constituyen el detallado texto que reúne en palabras claves la leyenda de
Emaús. El estilo de Jesús fue ir sembrando en este y aquél corazón una semilla
de cambio y esperanza. Esa atención a la persona concreta, individual, en toda
su situación y contexto vital.
El laico llega a sentir el desencanto por las situaciones de
insolidaridad, injusticias, violencias, guerras y atropellos a los derechos
humanos y sociales de las personas y los pueblos. Como aquellos discípulos de
Emaús, vive situaciones de frustración, tristeza, lamento y desesperanza ante
este mundo. ¿Para qué ha servido esperar y entregarse si todo termina en
fracaso?, ¿para qué esperar una globalización solidaria si termina siendo una
globalización trazada por los ricos?, ¿para qué esperar una Iglesia habitable para
los pobres y sencillos cuando no se estructura y se organiza desde ellos?,
¿para qué esperar en una Iglesia viva y encarnada cuando el laico no llega a
tener protagonismo y todas las
decisiones son tomadas por la jerarquía?, ¿para qué esperar en el renacer del
hombre nuevo cuando sigue venciendo el hombre viejo con su afán de poder, de
manipular, de dominar, de tener?. Poco a poco va surgiendo el desengaño, y
junto a él la ira. Es una ira contra Dios: ¿dónde estás?, ¿por qué tu silencio
da razón a los que no creen?, ¿por qué permites el sufrimiento de tantos inocentes? Es ira contra los que
detentan el poder social y político, que actúan con total indiferencia ante el
ser humano que sufre, y vive en la exclusión y la pobreza. Es ira contra sí
mismo por encontrarse a diario con sus incoherencias y sus farisaísmos. Y, por
supuesto, es ira contra la misma Iglesia, de la que suele alejarse.
Y en medio se destaca también la tristeza, porque se sienten
solos en el caminar. Se sienten abandonados en el mundo, sin que se les
acompañe, solo recibiendo normas y reproches de cuanto han de hacer para poder
someterse a la moral emanada de Dios. Están solos. Todo está confuso en sus
corazones: tristeza, dolor, miedo, ira y terribles dudas. Esta es la situación
con la que nos vamos progresivamente encontrando: un laico desencantado,
apocado, sin rumbo, triste, desconcertado, sumergido en los cuarteles de
invierno… Ciertamente no se trata de todos los laicos, pero gran parte de ellos
se encuentran bien fotografiados en el relato de los discípulos de Emaús:
“Sus ojos estaban cegados” (Lc. 24, 26).- Ciegos para
descubrir a Dios en su caminar por la historia y en la cultura actual, ciegos
para detectar los signos de esperanza de nuestro mundo, ciegos para reconocer a
Dios dentro de sí mismo, ciegos para poder ver el sufrimiento y el dolor de los
hermanos. En la oscuridad de la tristeza y la desesperanza se hace difícil a
los seres humanos saberse acompañados por Dios. – “Con rostros tristes” La tristeza es fruto de la pérdida,
consecuencia del duelo, que hay que ir afrontando. La tristeza se origina
también cuando nuestras esperas no están fundamentada en la esperanza, que es
Jesucristo. Habíamos educado a un laico para vivir en una sociedad de cristiandad, y la pérdida de la misma,
lleva a la tristeza, al lamento, y, a veces, a querer volver a recristianizar a
la sociedad. “Nosotros esperábamos” La
esperanza que se puso en Jesús de Nazaret, se ha roto. Con este Jesús se ha
fracasado. Basar en él la vida y la felicidad fue un error. Y se comienza a
buscar otras ofertas más placenteras, más inmediatas: Está en juego las
imágenes de Dios, las ideas preconcebidas de Dios, que deberán ser
evangelizadas a través del Dios revelado en y por Jesús.
“Se les acercó Jesús y caminó con ellos”. La Koinonía. Cuando
nuestra vida transcurre a través del desengaño y la tristeza, la depresión y la
crisis, y no aparece ninguna brizna de luz en el camino, el acompañante se hace
presente, camina con el otro y junto al otro. Así lo hizo Yahvé cuando
acompañaba en el camino a su pueblo a través del desierto en forma de una nube,
o al joven Tobías en forma de su ángel Rafael. Ésta es la misión del
acompañante: vivir en comunión con el otro (la Koinonía), acercarte al otro,
acompañarle, mostrándole un camino en su situación de abandono. El primer paso,
es estar, hacer que el otro se sienta acompañado, querido, sin que perciba
ningún tipo de enjuiciamiento. La Koinonía requiere amor cercano y silencioso:
caminar al lado del otro, sin imponer nada, dejando que el otro pueda volcar
sobre ti todo su sufrimiento.
Como Jesús, el acompañante no sólo procurará realizar una
praxis de misericordia, sino que procurará encarnarse, abajarse, anonadarse,
para comprender a los que llamará a la conversión y al cambio de mentalidad. El
gran peligro del acompañante es el anuncio de sí mismo. Cuando lo que cura, lo
que salva, lo que anima, lo que alegra, es la genialidad del acompañante (su
afecto, sus conocimientos, su manera de
ser, su cercanía), la persona, lejos de curar, sólo cambiará de adicción. Si
antes estaba adicta a la droga, a la tristeza, o a la autocompasión, pasará
ahora a estar adicta al acompañante del cual necesitará dosis cada vez más
fuertes y cada vez más frecuentes. El Acompañamiento Espiritual, se hace en el
seguimiento Cristo, llamando hacia Cristo, llenando de Cristo, y viviendo con Cristo.
El acampamiento tiene que llevar a que la experiencia que
media en este proceso desemboque en reconocer a Cristo en la Fracción del Pan y
en la escucha de la Palabra como centro de la vida de fe manifestada en el
compromiso por la construcción del Reino.
“Entonces se les abrieron los ojos, y le reconocieron… Ellos
se levantaron y volvieron a Jerusalén” (31-33).
La pedagogía de la acción parte de la vida para volver a
ella; pero se ha de volver a ella percibiendo y situándose ante la realidad con
otras actitudes. En el acompañamiento se ha llevado a cabo todo un proceso, que
ha permitido que el laico reconozca a Jesús en su vida, se encuentre con él,
goce de su presencia, y con Jesús y desde Él comience a ver el mundo con los
ojos de Dios y ame al mundo con la pasión propia del Reino de Dios. Ahora podrá
volver de nuevo a Jerusalén no ya como una persona derrotada, desencantada y
desmotivada en su vida. Volverá a Jerusalén con esperanza y con deseos de transformar
la realidad, de escuchar en su corazón las llamadas que la misma realidad
demandan, de contagiar a otros su alegría, de hacerse apóstol e invitar a otras
personas para que hagan su mismo recorrido vital. Ahora hay que ponerse de
nuevo en camino, haciéndolo con mucha sencillez y humildad, porque cuanto ha
acontecido no ha sido fruto de su voluntad, sino de la acción amorosa de Dios
en su vida. Vuelve a la realidad con el corazón transformado.
Desanduvieron el
camino del desencanto y, llenos de alegría y esperanza, recuperaron el sentido
de la vida. Se dirigieron, no al templo, sino donde están los Once, que es la
nueva Iglesia donde comparten su fe y la novedad de sus vidas. “Y ellos
contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le reconocieron en la
fracción del paz” ((Lc 24,35)
Ellos han sentido la necesidad de unirse a la comunidad, para
caminar con ella, para discernir juntos, apoyarse en la lucha y en el
compromiso, compartir, orar y celebrar la presencia de Jesús resucitado en sus
vidas y en la vida de los más pobres y sencillos. Ahora se sabe que Jesús sale
siempre al encuentro del ser humano y que se le puede encontrar en el camino de
la vida (sobre todo, allí donde los pobres sufren y son excluidos y
empobrecidos), en las Escrituras, en la Fracción del Pan y en la comunidad.
¡Qué distinta es nuestra vida cuándo comprendemos el hermoso
don de nuestro Bautismo!
R.V.
Una pregunta eso significa “dirección espiritual? Acaso un laico puede hacer dirección…. Yo creía que solo los curas o religiosos podían hacerlo.
ResponderEliminarJuan A Avellan
Argentina
Para la dirección espiritual (acompañar) no es necesario que sea un sacerdote. Puede ser también un religioso, un monje, un consagrado o también un laico. Siempre es necesario que haya claridad y preparación en este sentido, además de otros requisitos.
ResponderEliminarMe ha dado mucho que pensar y yo añadiría: Se necesitan maestros de vida espiritual que hagan de la propuesta vocacional un itinerario pedagógico para que todo joven camine hacia la madurez de su fe. El itinerario vocacional es caminar, como los discípulos de Emaús, con Jesús en persona, con el Señor de la Vida, con aquel que se aproxima al hombre peregrino que hace su mismo recorrido y que entra en su historia. El ministerio del acompañamiento es propio del Espíritu. Es el Espíritu el modelo y el punto de referencia en el que se debe inspirar la persona que acompaña procesos y propuestas vocacionales.
ResponderEliminarUn eremita
Herrera (Burgos)
Es cierto que la vocación es una llamada de Dios que nadie puede escuchar por ti, ni responder a ella en tu lugar, también es cierto que necesitas de alguien que te acompañe en tu discernimiento vocacional. Es fácil hacerse ilusiones: podrías creer que es un llamado de Dios lo que tal vez sea sólo un deseo tuyo, o bien podrías pensar que no tienes vocación cuando en realidad Dios te está llamando. Dialoga con tu acompañante para clarificar la autenticidad de tu vocación. Por eso es muy importante tener un “acompañante” es muy necesario, pero que este sea hombre o mujer de probada virtud.
ResponderEliminarFray Antonio Gonzales OP
Madrid
bons dia és cert, per acompanyar no cal ser sacerdot, un religiós, religiosa o un laic amb formació teològica i espriritual pot acompayar a una persona en el seu creixement. Això es dóna molt en instituts seculars que un membre pot acompanyar un aspirant o simplement per tal d'ajudar-lo en el seu procés de fe.
ResponderEliminarCentre vocacional de Catalunya
És important que per temes de consciència (confessió) si, cal un sacerdot i si aquest és el director espiritual molt millor
ResponderEliminarAntoni Segui
Catalunya