CRISTO, ME MIRA DESDE LA EUCARISTÍA
CRISTO,
ME MIRA DESDE LA EUCARISTÍA
Al hablar de la eucaristía no es
hablar de algo extracto, de algo que no vemos, es que por la fe Él está presente, las tres divinas personas están
presentes, es entrar en un misterio en el cual solo a través de la fe podemos
entenderlo.
Estamos tan acostumbrados en
asistir a eucaristías, adoraciones, que ya no nos sorprende, muchas veces
estamos de forma estática, mientras nuestra mente vuela en muchas cosas fuera
del momento en que vivimos.
Una de las cosas importantes es despertar
en nosotros la contemplación de la eucaristía,
es decir, alcanzar descubrir el
asombro, porque cada día es diferente al de ayer, y el hoy es diferente del
mañana, cuando vamos a la eucaristía ésta está compuesta de tres momentos
importantes: la liturgia de la Palabra, la liturgia eucarística y la comunión.
En el principio del cristianismo
los discípulos asistían al templo para oír la Palabra, recitar salmos, etc. Luego
se reunían en sus casas para partir el pan como dicen los hechos de los Apóstoles,
pero para los nuevos cristianos, la Palabra de Dios había recobrado un nuevo
sentido, ya no era la lectura en el Templo, sino que había recobrado el sentido
cristológico, y fue así como la escritura salió del templo para incorporarse en
las reuniones en las casas, convirtiéndose en lo que llamamos Liturgia de la
Palabra y es como tal la conocemos. La Palabra de Dios leída en la liturgia nos
prepara para reconocer al que se hace presente en la “fracción del pan” como se ve en los discípulos de Emaús,
escuchando la explicación de la Escritura, es cuando el corazón de los discípulos empezó a
arder, ablandarse, de tal forma que fueron capaces de reconocerlo en la
fracción del pan. La memoria de las escrituras se hace realidad y Presencia, lo
que sucedió en aquel tiempo es realidad en este tiempo. No solo somos oyentes
de la Palabra, sino que somos interlocutores y actores de la Palabra.
Somos “llamados” a ser locutores
y actores de la palabra, no es algo que paso hace tiempo, y a nosotros no nos
atañe, sino que hay que situarse como “protagonistas en el hoy” porque la Palabra
es proclamada en el hoy y para ti es leída, como algo nuevo que tiene que
vibrar en tú corazón. Estamos tan acostumbrados a escuchar que parece que la
lectura fuera para aquel tiempo, e
incluso algunas veces la podemos oír como si fuera una narración que a mí no me
dice nada, ya que era para aquellos que
vivieron con Jesús.
Cuando se proclama la Palabra de
Dios hay que oírla en “Presente” no en
pasado porque Dios es el mismo: ayer, hoy y mañana, Él actúa siempre en el
presente.
La liturgia de la eucaristía, se
hace presente el hoy y ahora, cuando dice “Tomad y comed, este es mi cuerpo que
se entrega por vosotros” y lo mismo en el cáliz. Hay que pensar que ese Jesús
del cenáculo ya no existe, es ahora el Jesús Resucitado, es el que había muerto
y ahora vive para siempre, ahora la palabra es el “Yo” presente de la eucaristía,
es el Cristo, cabeza y cuerpo de la Iglesia, y el yo del ministro (sacerdote)
queda diluido dentro del “Yo” presente, al pronunciar las palabras de la consagración.
EL apóstol San Juan en su primera
carta, no nos relata la institución de
la eucaristía, sino el lavatorio de los pies, porque la eucaristía es un
ofrecimiento, una entrega, un servicio. Jesús que se entrega por nosotros, es
la invitación de hacer nosotros lo mismo, entregarnos y dar la vida por los
demás. Es el misterio hablante, mientras Cristo se entrega por nosotros,
nosotros su iglesia nos entregamos al servicio de los hermanos, y así nos
unimos al sacrificio único y en oblación de alabanza al Padre.
Cuando celebramos la eucaristía
hay dos cuerpos: el cuerpo real de Jesús y el cuerpo místico que es la Iglesia,
ambos cuerpos están presentes. Podríamos decir que hay dos cuerpos de Cristo en
cada eucaristía, hay dos momentos que se invoca al E. Santo, uno antes de la consagración y cuando se lee;
formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.
Cristo, como Hijo del Padre nos
invita a participar del único sacrificio que es ofrecido al Padre en unión con
nosotros sus hijos adoptivos, el sacerdote proclama “este sacrificio mío y vuestro
“en el gesto de la mezcla de unas pocas gotas de agua en el cáliz, “el agua
mezclada con el vino es signo de nuestra participación en la vida divina en
aquel que ha querido compartir nuestra naturaleza. Y nuestra afirmación es en
ese “Amen” solemne que pronunciamos. Cuando se dice; Por Cristo, con El y en
El, etc. Al final es ese “amen” que toda la asamblea contesta afirmando su
participación. Es el Amen de Jesús y toda la humanidad a Dios. La eucaristía
hace la Iglesia, al igual que la Iglesia es eucaristía, no es un juego de
palabras, la eucaristía es la fuente y la Santidad de la Iglesia, es también su
forma, la santidad del cristiano tiene que ser “eucarística”.
Nosotros somos también llamados a
ser eucaristía con los hermanos, tenemos que dar, ofrecer nuestro tiempo, “la
sangre de Cristo es derramada por nosotros” lo mismo tenemos que hacer nosotros
"regalar “nuestro tiempo a los hermanos”
El “este es mi cuerpo” de Cristo sería para nosotros, ofrecer nuestras
capacidades humanas e intelectuales o lo que sepamos hacer, todo gratuitamente
como Él nos enseñó.
Cuando la asamblea está reunida
celebrando la eucaristía, (la Misa) en el momento de la consagración el
sacerdote pronuncia las “palabras” nada impide que el cristiano en silencio, en
su corazón repita las palabras de Jesús, porque formamos su cuerpo, él es la cabeza y
nosotros su cuerpo. Imagínate que toda la asamblea mientras el sacerdote recita
el ritual de la Santa Misa, nosotros los cristianos lo repetimos palabra por
palabra en nuestra mente, o en voz baja. Creo que de esta manera nosotros el
Pueblo de Dios, realizaríamos nuestro
sacerdocio común, de esta forma nos uniríamos con el sacerdote Ministerial y formaríamos
un solo cuerpo y espíritu.
La eucaristía no es lo que se
celebra en media hora, la vida del cristiano tiene que ser una eucaristía
continua, hay que hacer de la eucaristía una ofrenda, una vida al servicio de
los demás, ¡ojo! Solo permanece lo que se ofrece. Cuando asistimos a la misa el
sacerdote es el que ofrece a la víctima
(Jesús) al Padre, a lo largo de día el cristiano es la víctima y Jesús es el
sacerdote, de esta forma seremos “almas eucarísticas”.
La comunión-eucarística
Gracias a la eucaristía el cristiano es
realmente lo que come, nos convertimos en lo que comemos. “ "Qué hemos de hacer para obrar las
obras de Dios?" Yo soy el pan del cielo; “El que me coma vivirá por mí”. ”. Jn 6.32-35
Podríamos decir; que mi humanidad
se hace de Cristo, y la inmortalidad de Cristo se hace mía. Gracias a la eucaristía,
mi humanidad se une a la de Cristo, el
golpe maestro de esto es; que recibimos y somos la Santidad del que se ofrece
por nosotros, en Cristo formamos un solo cuerpo. Es un verdadero acto de fe,
sino profundizamos en esto no entenderemos lo que es la eucaristía. Si al
acabar de recibir a Cristo hiciéramos una oración al Padre diciendo; Padre
Eterno, regocíjate en mí, porque tú amadísimo Hijo está en mí y yo en él. Nuestra
alma rebosaría de alabanza, gloria y
acción de gracias.
Para nuestra santificación o salvación
como antes se decía, no es lo que tenemos que hacer nosotros para ser
merecedores de la gracia, sino más bien que ha hecho Dios al mandar a su Hijo
por nosotros, porque “salvados” ya lo estamos por el sacrificio del Hijo de
Dios, ahora él mismo nos llama a la Santidad, porque sin santidad no podemos “ver”
a Dios.
La copa de bendición que
bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos
¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? . 1 Cor 10
La comunión del cuerpo y la
sangre nos entrelaza y nos unifica como hermanos, somos hermanos de la
humanidad en Cristo, de los pobres, enfermos, olvidados, etc. Ellos son el
cuerpo de Cristo “todo lo que hiciste a uno de estos, a Mí me lo hiciste”
Mt.25-40
Este es el “Amén” de los hermanos
en Cristo.
Rafel Verger
Cada vez nos das una buena catequesis, me gusta mucho vuestro blog
ResponderEliminarGregorio Daureo
Palma
Como dijo en innumerables ocasiones Hans Küng: abandonar la Iglesia no sería la solución. Pero, ¿no habrá visibilizado el tiempo del coronavirus que quienes están al frente de nuestras férreas estructuras eclesiales deberían mover viejas losas teológicas, para dar paso a la resurrección de una nueva forma de celebración litúrgica? ¿No contribuiría ello a crear esa “Iglesia de frontera” y esa “Iglesia en salida” de las que tanto habla Francisco?
ResponderEliminarCuánto nos hubiera gustado, en esta situación extrema, escuchar en nuestra Iglesia española alguna voz de la Jerarquía que, en vez decir que nos eximía del cumplimiento del “precepto dominical” y que nos instaba fervientemente a participar en eucaristías digitales y a realizar comuniones espirituales, nos hubiera invitado, con palabras y obras, a ser nosotros, todos los católicos, eucaristía, alimento y bebida buena para quienes viven a nuestro alrededor. A dar ejemplo de entrega a los más vulnerables. Sin embargo… desde el ámbito episcopal, en este sentido, un clamoroso silencio y una dolorosa inacción.
Anónimo