UNA SECCION DE RAYOS UVA

 

Es verdad, nos quejamos continuamente del calor, pero nos encanta el verano. Y es que además de tener más horas de luz, nos podemos poner nuestras sandalias y vestidos favoritos, se nos aclara el pelo, tenemos súper buena cara y en vacaciones estamos mejor más felices, etc.

Te preguntarás de que va esto? Pues te diré: así como el sol es la fuente natural de la energía que da vida, así también Jesús sacramentado es la fuente sobrenatural de todo amor y gracia. Nos preocupamos de embellecer el cuerpo con rayos solares, y yo te presento también embellecer el alma con los rayos de Jesús Eucaristía. Si pasamos horas y mucho tiempo para embellecer el cuerpo, gimnasio, salón de belleza, etc. ¿Porque no podemos pasar una hora de adoración ante Jesús?

La oración personal durante una hora ante el Santísimo Sacramento, estando o no expuesto, consiste básicamente en esto: acompañar con el corazón al Señor en sus últimos momentos y buscar asimilar su amor puesto en ellos a nuestro favor. Es pues una hora para aprender de Jesús, agradecer su sacrificio y para corresponder a su amor. Estar en la presencia del Santísimo es como salir a calentarnos un poco al sol, absorber sus rayos y recibir vida. Y así como el sol es la fuente natural de la energía que da vida, así también Jesús sacramentado es la fuente sobrenatural de todo amor y gracia. Ni la formación teológica ni la experiencia pastoral, por sí solas, son suficientes para mantenernos enamorados de Jesucristo. Debemos pues conocer más a Jesucristo, que saber más sobre Él; y para esto el trato personal con Él es fundamental.

Pasar una hora ante el Señor sacramentado es fomentar un encuentro personal y profundo con Él. Él nos invita constantemente a acercarnos a Él, conversar con Él, y pedirle las cosas que necesitamos y para experimentar la bendición de su amistad.  Cuando nos encontramos en presencia de Jesús Sacramentado, lo primero es hacer un acto de fe y tomar conciencia de que Dios está ahí realmente presente. Y para empezar necesitamos silencio interior y recogimiento para visitarlo. Por tanto no hay que disociar nunca la presencia del Señor en el Santísimo con la lectura que hagamos, ni con el Rosario que recemos. Que no esté la persona por un lado con su oración y por el otro el Señor allá solo. Esto pasa porque n o sabemos tener un dialogo intimo con él y pensamos que hacer oración es rezar mucho, sin esperar el fruto de la respuesta.

Para ello recomiendo 3 cosas:

1.-Estar atentos. No propiciar distracciones: Apagar teléfonos móviles, por ejemplo.

2.-Recordar: No es una hora de lectura.

3.-Estar alerta. Alternar posiciones: Sentarse, arrodillarse, pararse con respeto. Se trata de no ponerse en situación cómoda de dormir.

 No es fácil hacer silencio, porque llevamos mucho ruido interior y, más aún, hay ruido exterior. Pero a adorar se aprende adorando, y el silencio interior algún día llegará. La Eucaristía diviniza al hombre, lo purifica y lo hace santo. En ella encontrará siempre cuanto necesita, pues que es el nido  del que es toda santidad, pureza y divinidad… mira, los rayos eucarísticos son los que más pronto purifican y unen con el Señor.

Cuando Jesús Sacramentado se asienta en lo íntimo del cuerpo del hombre, lo asimila a Sí, hasta hacer verdad lo de vivir, no ya el hombre, sino Cristo en él. El hábito de la fe basta para seguir en la Iglesia, pero para sacar fruto abundante es necesario actualizar la fe y abandonar al hombre viejo, concentrándose en Jesús Sacramentado. Éste siempre obra: lo mismo con los discípulos de Emaús, como con cualquier persona que se une en la comunión  pan  “hecho carne”  para ser comido y saboreado en comunión con Él. No es que nosotros pobres almas, le recibamos o comulguemos con  él, sino que es El, quien viene a nosotros.

Que no nos acostumbremos a la eucaristía, porque a veces lo hacemos por rutina, comuniones frías, sin pensar lo que recibimos, Jesucristo es un hogar incandescente. Como una antorcha de caridad perenne, prende su fuego y lo comunica a los que lo reciben bajo las especies consagradas, como que el fruto de la Comunión es que Jesús vive en los que comen su carne y beben su sangre, y los asimila y convierte en sí mismo, haciendo que ellos vivan en Él. La última cena. Las palabras de consagración  evocan un recuerdo del pasado y verifican un hecho del presente. Conmemoración y actualidad. Historia de ayer y realidad de hoy. El pan y el vino han dejado de serlo son desde ahora signos visibles de la presencia real de Cristo. Son criaturas consagradas, portadoras de lo divino, envoltura de Dios. El pan de su cuerpo y el vino de su sangre quedan tan consagrados como el pan y el vino del altar. Cristo ha dicho también sobre cada una: esto es mi cuerpo… esta es mi sangre… esta persona soy yo…

Todas las víctimas han desaparecido. Todos los millones de corderos pascuales que sacrificó Israel a lo largo de quince siglos eran sólo una figura, una sombra. Cristo es hoy el cordero único, universal e irreemplazable que se inmola para gloria del Padre y el perdón de los pecados humanos. El pasado se hace presente. Lo que sucedió bajo el poder de Poncio Pilatos sucede aquí y ahora bajo la mirada del Padre celestial. Todas las misas son rayos del mismo sol, ecos de la misma voz, ondas de la misma corriente. Todos los sacerdotes son desplazados. Cristo es el sacerdote único, exclusivo y eterno. No tiene sucesores porque permanece para siempre. Actúa invisiblemente por medio de los ministros visibles de la Iglesia con los cuales se identifica. La figura del sacerdote es necesaria para la celebración del culto divino, pero no está solo porque todos los asistentes son miembros de Cristo. Todo el pueblo de Dios es “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa”

La participación de todos en el mismo pan y en el mismo cáliz da origen a la Koinonía, es decir, a la comunidad. La comunión nos hace sentir las pulsaciones de la sangre común, los lazos de un divino parentesco. Ella es la causa de que seamos hijos del mismo Padre, her­manos del mismo Hermano y miembros en el mismo Espíritu. Somos hermanos de sangre. La Eucaristía establece en nosotros la más autén­tica fraternidad del mundo, porque los lazos humanos creados por la sangre natural ocupan un nivel ciertamente inferior al de los vínculos originados por la sangre divina de Cristo.

 

 


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