Hermanos servidores de la Fraternidad de Emaús

 

Al adquirir la condición de “hermanos servidores” nos comprometemos a amar a Dios y al prójimo lo más intensamente posible a través del servicio. En definitiva nos convertimos en servidores de Dios y de todos los que nos rodean, sin pedir nada a cambio, desinteresadamente. Y es que la generosidad es nuestra bandera, como lo fue del mismo Jesús. No en vano el mismo Jesucristo vino al mundo para servirnos, incluso llegando a entregar dolorosamente su vida por todos nosotros (Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos» Marcos 10:45). Su ejemplo dignifica nuestra condición, porque en ningún caso somos sirvientes, somos servidores.

 

Creo que lo más apasionante de ser servidores es que al adquirir esta condición nos convertirnos automáticamente en verdaderos instrumentos de la voluntad de Dios. Para culminar con éxito esta importante misión ser servidor implicará saber abandonarnos y saber depositar toda nuestra confianza en la voluntad del Padre y ser muy conscientes que deberemos continuamente prepararnos espiritualmente para poder llegar a conocerle más profundamente, y así con mucho amor, poder llevarlo hasta los que más lo necesitan. Para conseguir este objetivo nos gusta invocar al Espíritu Santo para que este actúe e inspire nuestra misión de apostolado y evangelización. Misión, que por cierto, sería imposible llevarla a cabo sin la ayuda de la gran intercesora, nuestra madre amadísima la Virgen María, a la cual nos consagramos en cuerpo y alma.

 

Ser servidor de Emaús significa también vivir en fraternidad, ya que sin esta fraternidad entre hermanos la llama de nuestra fe peligra con apagarse. La lucha constante por seguir enderezando nuestro camino y nuestro andar diario después de haber ‘caminado’ en Emaús, puede algunas veces, llegar a ser extenuante; por eso necesitamos el apoyo incondicional, el consejo, el abrazo y la constante oración de nuestros hermanos. Los servidores debemos entender con humildad que aún nos falta mucho por crecer espiritualmente y que debemos trabajar intensamente, ya sea individualmente o por supuesto, en comunidad, para poder alcanzar nuestra salvación y la de los demás. Nosotros, los servidores, tenemos muy claro que todos somos hijos de Dios, da igual nuestro pasado. No estamos en Emaús para juzgar a los demás ni mucho menos, eso ya lo hará Dios en su momento. No en vano, aquel fin de semana que no olvidaremos nunca, la mayoría de nosotros fuimos ‘tocados’ por la gracia de Dios, nos reconciliamos con Él y pudimos sentir su abrazo reparador, por eso somos tan conscientes del inmenso valor que tiene el perdón en nuestras vidas y lo importante que es para nosotros saber perdonar y saber pedir perdón, sin importar el daño que hemos recibido o hemos causado.



 Y algunos os preguntaréis ¿De dónde sacamos tanta energía para cumplir esta misión a la que hemos sido llamados? Pues muy sencillo, del mismo Dios y su Santo Espíritu, a los que acudimos siempre que necesitamos ayuda, consejo e inspiración. Y también, como no podía ser de otra manera, de Jesús nuestro primer servidor. Él es quien marca nuestro camino, por eso somos ante todo adoradores del Santísimo Sacramento del altar, la eucaristía y del resto de los sacramentos. Por lo demás, os aseguro que no tenemos ningún arma secreta para estar siempre dispuestos y preparados para el servicio, tan sólo nos limitamos a seguir con alegría y agradecimiento a Dios, a cumplir sus preceptos y Mandamientos y a dejarnos guiar por la luz de la Santa Madre Iglesia a la cual debemos fidelidad. Fácil.

 

Para finalizar me gustaría recordaros aquellas palabras de Jesús que sintetizan perfectamente el espíritu de Emaús: «Quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo» (Mateo 20:26-27)

PREDICAR A CRISTO, HACE QUE EL CORAZÓN ARDA.

SABER CAMINAR… COMO MÉTODO

 Se trata de avanzar el uno al lado del otro, de no permanecer ni estáticos, ni aislados, sino de ir creciendo, de ir madurando en comunión, de ir descubriendo las cosas de manera gradual. El Resucitado se les fue mostrando a los discípulos y discípulas poco a poco fue todo un proceso. Él se vuelve presencia en la vida de los discípulos, los acompaña y camina con ellos. En este caminar  los conocía, los escucha, les pregunta.

Es necesario aprender que en el camino, Él puede aparecerse cuando menos lo esperamos: en nuestras incertidumbres y desengaños; cansancios y tedios; en nuestros deseos insatisfechos, en nuestros sueños y esperanzas, en nuestros logros y realizaciones, en nuestras ilusiones y búsquedas. Compartía su vida y su destino.  Explicaba con gestos y palabras un nuevo modo de vivir la fraternidad, el respeto a la dignidad de la persona, el principio  de compasión misericordia como propuestas del Reino.

 

SABER ACOMPAÑAR significa acercarse, caminar con, no pasar de largo, colocarse en plan de igualdad, aproximarse, tomar en serio a las personas, sus angustias, sus temores, sus miedos. Acompañar es compartir.  Camino es camino, lugar de conversación, de compartir y de intercambio de impresiones, emociones y revelaciones. La iniciativa es de Jesús. El no interrumpe su diálogo,  quiere caminar con ellos, escucharlos y descubrir su realidad. La escucha es para comprender lo que pasa en la vida de ellos. Aproximarse es disponerse a conocer y sentir de cerca la realidad del otro. No podemos dar respuestas sin oír las preguntas de la gente. No está bien enseñar lo que consideramos necesario, sin oír lo que está en el corazón del interlocutor. Debemos estar atentos a las preguntas e interrogaciones que nos hacen, las respuestas dependen de las preguntas.

Los sin nombre, los insignificantes, los olvidados y excluidos pueden estar también dentro de la iglesia, formada muchas veces por comunidades masivas de gente, de montones que sufren el anonimato eclesial sin acogida, sin respuesta a sus problemas, sin espacio para ejercer un ministerio, para sentirse corresponsables en la comunidad. Muchos dejan la Iglesia para ser acogidos, escuchados y tomados en cuenta en otros grupos religiosos. Jesús pacientemente insiste en escucharlos, retoma la conversación. Quiere comprender sus sufrimientos, sus angustias, sus búsquedas. Tal como deberíamos hacerlo nosotros en la acción evangelizadora interesarnos por el otro, escucharlo, acogerlo, compartiendo sus fracasos, los desafíos que enfrenta. Así llegaremos al corazón de las personas.

SABER DIALOGAR es meternos no solo en el camino sino en la palabra del otro y de la otra, en su historia. Estamos en el terreno de la comunicación, del encuentro persona a persona, de los argumentos, de la interpretación de la realidad., crear dinamismo. Saber escuchar sus preocupaciones, saberme dejar afectar por lo que escucho, saberme conectar con la persona que habla, saber callar para comprender al otro.

 SABER CREAR FRATERNIDAD EXIGE humanizar nuestra humanidad practicando la proximidad, la samaritanidad. Es sentirnos hermanos en igualdad de condiciones. Es tomar a los demás en serio “para ser la hermandad de todos” Es hacer llegar el CAMINO DE EMAUS a todos nuestros amigos, familiares, y a los más alejados del Señor. Esta es nuestra misión! Cada uno de nosotros todavía andamos hacía Emaús, y por este camino también andan otros hermanos y hermanas, ¿Cuál es la diferencia? No es lo mismo andar tristes y sin respuesta, que andar el camino con el Señor Resucitado,  en este nuevo camino andamos con la comunidad, con la fraternidad de hermanos unidos por la “fracción del Pan” hemos reconocido al Señor en nuestras vidas y estamos deseando “darlo a conocer” para que su alegría sea la nuestra.

Al ejemplo de Jesús nuestro hermano mayor, “somos servidores, acompañantes de nuestros hermanos? O simplemente observamos a la vera del camino?

Hoy en día  muchos de nosotros (Cristianos) somos igual a estos dos caminantes, y sólo vemos el problema, es más, nos ahogamos en él, y vemos que a veces no hay solución, y bajamos de nuestro Jerusalén hasta Emaús, y el sufrimiento no nos deja ver más allá, nos nubla la vista, nos ciega, nos pone un velo a la realidad, y La Palabra de Dios, aunque la tenemos, aunque la abramos, no nos produce revelación, no terminamos de creerla.  Vivimos en un mundo triste, abatido, lleno de desesperanza, de infelicidad (o de una felicidad que procede de otra fuente, y que es destructiva),un mundo que busca religiones, que busca ideales, que busca ídolos, pero que desconoce a su Creador, y por eso vemos lo que vemos. El Mundo necesita urgentemente a Cristo, a su Creador, su Redentor y Salvador.

EL MUNDO NECESITA QUE SEAMOS MÁS COMO LAS MUJERES QUE FUERON A LLEVAR LAS BUENAS NUEVAS, AUNQUE ELLO IMPLIQUE QUE NO TE CREAN.

QUE CREAN O NO, NO DEPENDE DE TI, NI DE MI, ESO ES COSA DE DIOS; NOSOTROS DEBEMOS DE PREDICAR SOLAMENTE QUE JESÚS, MURIO EN LA CRUZ Y QUE RESUCITO Y DEJÓ EL SEPULCRO VACÍO Y ABIERTO. Seguimos siendo insensatos, confundidos y tardos de corazón ante las Escrituras, donde proliferan cada vez más religiones y más sectas que se alejan de la Verdad de Cristo, de quien es ÉL, y del Evangelio.

Id y predicar el Evangelio, las Buenas Noticias que Jesús está vivo, que ha resucitado y que está caminando con nosotros; esa es la gran esperanza de este mundo que se muere buscando una solución urgente.

La Humanidad necesita urgentemente un encuentro revelador con el Cristo Resucitado, un encuentro con ese anónimo forastero que camina junto a cada uno esperando ser invitado para que sea el Anfitrión, y se convierta en El Señor de nuestras vidas, y esa es la misión testimonial de nosotros como  Iglesia, como su Cuerpo.

 Frater Emaús

 


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