¡CRISTO HA RESUCITADO!!





La fuerza de la fe cristiana, frente a las demás formas religiosas, es la persona de Jesús: Encarnación, Muerte, Resurrección, Ascensión y Pentecostés. Si quitamos alguna de estas realidades, nos quedamos sin Jesucristo. El centro del arco está en la Resurrección.

El acontecimiento de la Resurrección se produce en un momento de oscuridad para sus amigos. El amanecer del primer día de la semana se presenta como un viernes santo prolongado, sin esperanza. Como la situación encerrada que padecemos por causa de esta pandemia. También para nosotros repiten los ángeles: “No está aquí ha resucitado”. Este es el tiempo de repetirnos con gozo: ¡¡Jesucristo ha resucitado!! ¡¡Verdaderamente ha resucitado!! ¡¡Aleluya!! ¡¡Amén!! ¡¡Gloria al Señor!!

No nos quedemos en palabras abstractas, asumidas por el lenguaje cultural y que no llevan ningún mensaje, como resurrección y pascua. Nuestro saludo debe ser: ¡¡Jesucristo ha resucitado!! ¡¡Verdaderamente ha resucitado!! Él ilumina nuestra vida y da sentido a los hermanos que han muerto.

La idea cristiana no se distingue por las obras sino por la raíz desde donde brotan: Jesucristo Resucitado. “Si asistís a los enfermos, ancianos a los sin techo… ¿qué hacéis de extraordinario? También los paganos lo hacen”. Jesucristo no quita la acción humana, le da sentido de eternidad. Miles de voluntarios cristianos cooperan hoy para ayudar en todas las necesidades de la sociedad. Nuestra cooperación, cuanto más intensa sea, mejor. Si no somos especialistas en Cristo Resucitado iremos cojos por la vida.

No nos ocultemos si queremos ser luz del mundo y sal de la tierra. Por acomodarnos a este mundo, nos hemos quedado sin mensaje específico y concreto. A un cristiano no le sirve lo políticamente correcto. Es una cobardía.
Por eso Jesús, aunque murió, como hombre y como ser humano, murió, nos amó en lo humano, hasta donde un ser humano puede amar al otro, que es dando la vida, entregando su propio ser, su propia vida hasta la muerte para amarnos. Pero no se podía quedar en la muerte, no se podía quedar en la tumba, porque si a Jesús lo mueve el amor de Dios y el amor de Dios es eterno, no se podía quedar en la tumba.

Por eso al tercer día, según las Escrituras, porque eso ya estaba profetizado en las escrituras, al tercer día resucitó, porque el amor de Dios es más fuerte que la muerte.  Vemos la lógica de todo, entendemos ahora el sentido de todo, no es que Jesús resucitó porque era “súper man”, no era ningún súper man, porque bastante estaba desecho y destrozado después de tanta tortura, su cuerpo desangrado destruido por las llagas y la corona de espinas, la piel de la espalda totalmente arrancada por los latigazos, latigazos con bolas de hierro, clavos de hierro en la espalda para arrancarle la piel; una cosa dantesca, terrible. Y venimos aquí como a embalsamar a un muerto, llorando nuestro muerto, como aquellas mujeres del evangelio, llorando al muerto Jesús de Nazaret, hacer una obra de caridad embalsamando ese cuerpo, ¿y qué se encontraron?.

La piedra corrida, la tumba abierta, y no estaba el cadáver encima de la cama de piedra, solamente las vendas. Dios habla enviándole un ángel a las mujeres que les dice: “Porqué andan buscando a Jesús entre los muertos?, No está aquí,  ha resucitado”. ¿Dónde está entonces el luto? ¿Dónde está el llanto? si ese ser querido está más vivo que nunca, más glorioso que nunca, ha resucitado.
Por eso  nos alegramos, por eso no solamente nos alegramos con un sentido religioso bonito que nos da la fe, un sentido religioso de que es día de alegría, noche de alegría, sino que nos alegramos por la realidad que eso significa para nosotros en la vida. Es que no es lo mismo que Jesús se hubiese quedado en la tumba como cualquier muerto del pasado, no es lo mismo, que Jesús haya resucitado trae consecuencias grandiosas para ti y para mí.

¡Jesucristo ha resucitado!! ¡¡Verdaderamente ha resucitado!! ¡¡Aleluya!! ¡¡Amén!! ¡¡Gloria!! ¡¡Honor a Ti, Señor Jesús!!

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