¿Cómo revela Dios su Amor misericordioso?
¿Qué es la
bondad de Dios? ¿Cómo revela Dios su Amor misericordioso?
Se puede interpretar al Dios del AT como el Dios del temor; si
miramos el AT, veremos a un dios batallador, que arrasaba pueblos en favor de
su pueblo, etc. … o sea, todo lo
contrario del amor y la misericordia. Y nada más falso ni contrario a la
realidad. El calificativo de misericordioso es el que más se atribuye a Dios en
el AT.
Da la impresión de que disfruta perdonando. Su perdón es
infinitamente mayor y más completo que el nuestro: cuando Él perdona, no solo
olvida nuestras culpas, sino que las borra, las hace desaparecer. “Tú borras
nuestras rebeldías” (Sal 65, 4). “Has quitado la culpa de tu pueblo, has
cubierto todos sus pecados” (Sal 85, 3).
La revelación del amor fiel de Dios llegará a su plenitud al
enviar a su propio Hijo al mundo (Jn 3, 16). Así lo profetiza Zacarías en el
Benedictus: “haciendo misericordia a nuestros padres, recordando su santa
alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abraham”. También la Virgen lo
utiliza con este sentido en el Magníficat (Lc 1, 50. 54).
Ser perdonados en insuficiente para nosotros, y perdonar es
poco para Dios. Una madre no se limita a perdonar a su hijo porque esté
enfermo. Todo lo contrario, lo atiende más, aumenta su cariño, su cuidado,
hasta que lo pone más fuerte que antes.
Estamos acostumbrados a ver cómo Dios se presenta como padre,
esposo o amigo. Pero la revelación nos presenta el corazón de Dios, en el AT,
con expresiones aún más evocadoras y dulces: ternura, bondad, caridad,
fidelidad, delicadeza maternal. Todo esto queda comprendido en el vocablo
misericordia.
San Juan Pablo II exclamaba: “Dios es Padre, pero sobre todo,
es Madre”
“Los ojos del Señor están mirando a sus fieles que esperan
en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y darles de comer en
tiempos de hambre” (Sal 33,18-19).
Un salmo completo, el 136, relee la obra de Dios en la
creación, en la elección y en la protección del pueblo a la luz de su bondad
misericordiosa, que así llega a ser como el refrán de toda aclamación: “Alabad
al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia” (Sal 136,1-26).
Jesucristo, “el Hijo unigénito que está en el seno del Padre”
(. Jn 1,18), “imagen visible del Dios invisible” (. Col 1,15), es en su
persona, en sus palabras, en sus acciones, en sus actitudes el rostro
misericordioso del Padre “rico en misericordia” (Ef 2,4). Toda su vida, desde
su nacimiento hasta la resurrección, es la narración más completa de la
misericordia de Dios Trinidad.( Si
puedes comprender la relación entre un padre y un hijo humanos, entonces puedes
entender, en parte, la relación entre la Primera y Segunda Persona de la
Trinidad.) Él ve, habla, actúa, cura, movido por la piedad y la
misericordia hacia los innumerables necesitados, desheredados y enfermos de
toda clase y lugar que acuden a él: ciegos, sordos, paralíticos, pecadores,
pobres, niños, mujeres, extranjeros, endemoniados, leprosos, enemigos (. Lc
7,22). Vivísimas son las parábolas de la misericordia narradas por él para
anunciar la bondad divina: aquella de la oveja perdida y reencontrada, la de la
moneda perdida y recuperada, la del hijo descarriado y vuelto a los brazos
abiertos de un padre bueno lleno de piedad ( Lc 15).
El Hijo prodigo
Dios Padre en esta parábola tiene el gesto afligido por el
hijo que se ha alejado, por la oveja que se ha extraviado, por el caminante
asaltado y herido que yace moribundo junto al camino. Es la parábola en que
vemos la profundidad del corazón misericordioso de Dios, y también las
profundidades del corazón de sus hijos, que tocan las puertas de la casa
paterna. Es la historia no de uno, sino de dos hermanos pródigos, que
despilfarran: el primero que huye del padre; el segundo, que no acepta la
compasión y el perdón del padre. Paradójicamente, al fin de la parábola el hijo
pecador se vuelve un ejemplo a imitar, mientras que el hijo “fiel” se vuelve el
ejemplo que hay que evitar. El primero se hace amable, el segundo detestable. Y
sin embargo, Dios continúa amando. Ama al más pequeño porque regresa, pero
también ama al mayor para que también él efectúe la conversión del corazón. El
oficio de Dios es amar en ese modo, porque sólo Dios es definido como “amor”
(1Jn 4,8.16).
Misericordia en lenguaje bíblico significa todo gesto de amor
de Dios hacia la criatura. La bondad de Dios no se limita a actos de perdón,
aunque cuando Dios perdona al hombre es cuando se revela toda la profundidad de
la misericordia. No obstante, la obra misma de la creación ya es un acto de
misericordia. El salmista lo dice con toda claridad, cuando alaba a Dios por su
hesed, es decir, por la bondad y por el deseo de ofrecer al hombre su amor y la
gracia divina. (Sal 136). Según las palabras del autor de este salmo: es eterna
su amor, es decir, la misericordia de Dios es lo que hace que todo exista,
entre otros el sol, la luna, las estrellas, etc. (v. 5-9). El Salmo 145, 9
indica claramente que el Señor es bueno para con todos, tierno con todas sus
creaturas. Dios ama a sus seres creados, y se apiada de todos (en griego,
eleeo), como nos dice el Libro de la Sabiduría en el capítulo 11, versículos
23-24. Es gracias a este amor lleno de bondad que el mundo fue creado y todavía
existe. La Biblia hebrea revela la misericordia de Dios como algo que sigue
siendo válida, y que sigue actuando en el mundo. Se podría decir que el oxígeno
que mantiene en vida al mundo y al hombre es el amor misericordioso de Dios.
De hecho, todo el Salmo 136 es un gran Te Deum para rendir
honor a la Divina Misericordia, que la gente del Pueblo Elegido iba conociendo
a través de la obra de liberación de la esclavitud en Egipto. El autor del
Libro de Nehemías ( Ne 9, 19) destaca la presencia misericordiosa de Dios por
el hecho de acompañar al Pueblo durante su peregrinación por el desierto, tanto
de noche como de día. Todo procedía de la bondad de Dios, tanto el don de los
alimentos, el agua como el cumplimiento de la promesa de la tierra prometida Un
eco de la gratitud del pueblo por este acontecimiento, en el que abunda la
bondad de Dios, son, entre otras manifestaciones de gratitud, las siguientes
palabras del haggad (relato de la historia de la salida de Judíos de la
esclavitud en Egipto, que se lee durante la cena de Pascua en la fiesta del
Seder: El pueblo judío tiene muchas fiestas, (La fiesta del Seder podría
significar que Él cedió ósea el
Altísimo cedió en su sede en favor de su pueblo) Le debemos gratitud al
Señor, no sólo por un único beneficio, sino por un sin fin de favores y
beneficios.
Yo soy el que soy (Éxodo 3,14). En el siguiente
encuentro que Dios tuvo con Moisés, le reveló su nombre: Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la
cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones y
perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado (Éxodo 34,6). Esta revelación de
Dios se convirtió en la base de la relación del Pueblo Elegido con su Creador y
Salvador.
La misericordia
«Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia»
(Mateo 5, 7). A los misericordiosos, Jesús no promete nada más que lo que ya
están viviendo: la misericordia. En todas las demás bienaventuranzas las
promesas contienen algo añadido, llevan más lejos: (cuando dice
“bienaventurados los misericordiosos, (estos ya tienen el amor dentro) y les
añade, quienes lloran serán consolados,
los limpios de corazón verán a Dios. ¿Pero qué es lo que Dios podría dar
todavía a los misericordiosos? La misericordia es plenitud de Dios y de los
seres humanos. Los misericordiosos ya viven de la vida misma de Dios.
«Misericordia» es una palabra antigua. En el transcurso de su
larga historia ha tomado un sentido muy rico. En griego, idioma del Nuevo
Testamento, misericordia se dice éléos. Esta palabra nos es familiar en la
oración Kyrie eleison, que es una llamada a la misericordia del Señor. Éléos es
la traducción habitual, en la versión griega del Antiguo Testamento, de la
palabra hebrea hésèd. Es una de las palabras bíblicas más bellas. A menudo se
traduce simplemente como amor.
Hésèd, misericordia o amor, forma parte del vocabulario de la
alianza. Del lado de Dios que designa un
amor inquebrantable, capaz de mantener una comunión para siempre, sin importar
lo que acontezca: «Mi amor no se retirará de ti.» (Isaías 54,10). Pero como la
alianza de Dios con su pueblo es una historia de rupturas y de nuevos comienzos
desde la partida (Éxodo 32–34), resulta evidente que semejante amor
incondicional suponga el perdón, sólo puede ser misericordia.
Éléos se traduce también por otra palabra hebrea, rahamîm.
Esta palabra va a menudo junto con la palabra hésèd, pero tiene una mayor carga
emocional. Literalmente significa entrañas, es una forma plural de réhèm, el
seno materno. La misericordia, o la compasión, es aquí el amor sentido, el
afecto de una madre hacia su hijo (Isaías 49, 15), la ternura de un padre por
sus hijos (Salmo 103,13), un amor fraterno intenso (Génesis 43,30).
(Acordaos del dardo de fuego de Santa Teresa de Jesús, cuando
en una visión un querubín le inflama el corazón del Amor del esposo, de
Francisco de Assís, cuando otro querubín o serafín, le infunde las llagas en su cuerpo físico, y
así a muchos Santos y Santas)
La llama de fuego que abrasa y consume el alma y la desposa.
Si meditáis el libro de Salomón el CANTAR DE LOS CANTARES, veréis al amor enamorado y de cómo se deleita con la
amada.
La misericordia, en el sentido bíblico, es mucho más que un
aspecto del amor de Dios. La misericordia es como el ser mismo de Dios. En tres
ocasiones, ante Moisés, Dios pronuncia su nombre. La primera vez dice: «Yo soy
el que soy» (Éxodo 3,14). La segunda vez: «Tendré compasión del que tendré compasión, y tendré
misericordia de quien tendré misericordia.» ( es un juego de palabras hay que meditarlas
bien) (Éxodo 33, 19). El ritmo de la frase es la misma, pero la compasión y
la misericordia sustituyen al ser. Para Dios, Ser el que Es, es tener compasión y misericordia. Lo que
confirma la tercera proclamación del nombre de Dios: «El Señor, Dios clemente y
compasivo, lento a la ira, rico en misericordia y en fidelidad» (Éxodo 34, 6).
Esta última fórmula ha sido retomada en los profetas y en los
salmos, particularmente en el salmo 103 (versículo 8). En su parte central,
(versículos del 11 al 13), este salmo se maravilla por la envergadura de la
misericordia de Dios. «Como la altura del cielo sobre la tierra, así es su
misericordia...»: es la altura de Dios, su trascendencia. Pero me atrevería a decir que es también su humanidad: «Como un
padre siente ternura por sus hijos...». Tan trascendente y tan cercana a la
vez, la misericordia es capaz de quitar todo mal: «Como dista el oriente del
poniente, así aleja de nosotros nuestros pecados.»
La misericordia es lo más divino en Dios, es también lo más
realizado en el hombre. «Te corona de misericordia y de ternura», dice también
el salmo 103. Es preciso leer este versículo a la luz de otro versículo del
salmo 8 donde se dice que Dios corona al ser humano «de gloria y de belleza».
Creados a su imagen, los seres humanos están llamados a compartir la gloria y
la belleza de Dios. Pero es la misericordia y la ternura que nos hacen verdaderamente
participar en la vida misma de Dios.
La palabra de Jesús: «Sed misericordioso como vuestro Padre
es misericordioso» (Lucas 6,36) hace eco al antiguo mandamiento: «Sed santos
como yo, el Señor vuestro Dios, soy santo» (Levítico 19, 2). Jesús ha dado el
rostro de la misericordia a la santidad. La misericordia es el más puro reflejo
de Dios en nuestra vida humana. « Te asemejas a Dios por la misericordia hacia
el próximo.» (Decía San Basilio el Grande).
La misericordia es la
humanidad de Dios. Es también el porvenir divino del hombre.
¿Perdonar significa olvidar?
Hay heridas que no olvidamos. En algunas situaciones
trágicas, el camino hacia la curación parece pasar por una toma de conciencia
de la profundidad del mal más que por el olvido. El fallecimiento de un ser
querido, etc. Una decepción amorosa, etc. No evacuamos el mal o dolor – permanece de
todos modos, pero se encuentra ante
nosotros para que poco a poco, hundirse
en el amor o comprensión o quizás aceptación y transformarse en silencio amoroso. Si el
Antiguo Testamento habla de la ira de Dios es porque Dios siente dolor y
su amor hacia Israel se encuentra herido por las infidelidades de su pueblo.
Los cristianos podemos reconocer en este texto una anticipación de la
vida ofrecida de Jesús. La paciencia de Jesús respecto a sus adversarios, su
pasión en Jerusalén hacen pensar que no huyó del sufrimiento ni de la gente que
intentaba atraparlo. En vez de endurecerse ante los ataques, acogió realmente
lo que se presentaba ante él sin previsión ni segundas intenciones. Si pudo
decir en la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.» (Lucas
23,34), es porque fue hasta el extremo de la apertura del amor y consintió ser
herido por la propia mano de quienes él amaba. (NO es lo mismo que te haga daño alguien ajeno a ti, a que te hiera tu
hijo, tu hermano, amigo, etc.) Acoso Dios sufre? Pues SI. Lo dudas?
La cruz, en este sentido, toma una dimensión existencial a la
cual todos nos enfrentamos, incluso los no creyentes: sólo nos hacen sufrir verdaderamente
aquellos a quienes amamos. Que mi enemigo me haga sufrir, es algo obvio,
¿pero cómo podemos consentir sufrir de la mano de mi amigo (Salmo 55,13-15)?
Cada relación de amor deja una puerta abierta es decir, a la posibilidad de ser herido. Recordarlo,
no huir de esa posibilidad, significa prepararse ya para el perdón.
«Los que teméis al Señor, alabadlo, glorificadlo, estirpe de
Jacob, temedlo, estirpe de Israel» (Salmo 22,24) progresión asombrosa de los
verbos: «alabad, glorificad, temed al Señor» El miedo es aquí la alabanza que
llega al punto donde no sabe qué más decir: alabanza asombrosa, silencio y
amor. (Cuando decimos; yo te alabo, te
bendigo, aleluya, etc. Nos quedamos mudos) y entra el silencio amoroso.
La esperanza bíblica y cristiana no significa una vida en las
nubes, el sueño de un mundo mejor. Ella (la esperanza) no es una proyección de
aquello que quisiéramos ser o hacer. Ella nos lleva a ver las semillas de este
nuevo mundo ya presente hoy en día, a causa de la identidad de nuestro Dios, a
causa de la vida, de la muerte y resurrección de Jesucristo. Esta esperanza es
incluso una fuente de energía para vivir de otra manera, para no seguir los
valores de una sociedad fundada sobre el deseo de posesión y competición.
Los enemigos del alma
de antaño eran; Mundo, demonio y
carne.
Ahora tienen otro nombre;
Tener, Poseer, y el placer. “Si decides seguir a Cristo,
prepárate para la batalla”.
Erik From decía: “Si eres lo que tienes y pierdes lo que
tienes, entonces quién eres?” otro enemigo del alma, “vive que la vida son dos
días, disfruta date todos los placeres mientras puedas, etc·”. Jesús nos dice:
Insensato hoy mismo morirás y ¿Dónde irá todo? Jesús nos enseña “Si alguien
quiere seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga”
Meditar a Lc 16. La parábola de Lázaro y el hombre rico. San
Alberto Hurtado lo dijo sin rodeos “hay dos lugares para descansar, el
cementerio y el cielo.
Oímos muy frecuentemente este dicho: “quien la debe o quien
la hace, la paga” o las correas del Señor son largas, la venganza es un plato
frio, etc. Hay muchos dichos en cada país tienen los suyos, no?
Los que piensan así aún viven en el AT y defienden la Ley de Talión, que
es “Ojo por ojo y diente por diente” que era vigente en el judaísmo.
Jesús insiste en su Misericordia, su más grande atributo, el
de la cruz su misericordioso Corazón sangro con estas palabras; “Padre,
Perdónales porque no saben lo que hacen”.
Rafael Verger
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