CUARESMA 2020
Hace
dos mil años un hombre formuló esta pregunta a un grupo de amigos. Y la
historia no ha terminado aún de responderla. El que preguntaba era simplemente
un aldeano que hablaba a un grupo de pescadores. Nada hacía sospechar que se
tratara de alguien importante. Vestía pobremente. Él y los que le rodeaban eran
gente sin cultura, sin lo que el mundo llama "cultura". No poseían
títulos ni apoyos. No tenían dinero ni posibilidades de adquirirlo. No contaban
con armas ni con poder alguno. Eran todos ellos jóvenes, poco más que unos
muchachos, y dos de ellos –uno precisamente el que hacía la pregunta- morirían
antes de dos años con las más violentas de las muertes. Todos los demás
acabarían, no mucho después, en la cruz o bajo la espada. Eran, ya desde el
principio y lo serían siempre, odiados por los poderosos. Pero tampoco los
pobres terminaban de entender lo que aquel hombre y sus doce amigos predicaban.
Era, efectivamente, un incomprendido.
Los
violentos lo encontraban débil y manso. Los guardias lo juzgaban de violento y peligroso.
Los cultos le despreciaban y le temían. Los poderosos se reían de su locura.
Había dedicado toda su vida a Dios, pero los ministros oficiales de la religión
de su pueblo lo veían como un blasfemo y un enemigo del cielo. Eran ciertamente
muchos los que lo seguían por los caminos cuando predicaba, pero a la mayor
parte les interesaban más los gestos asombrosos que hacía o el pan que les
repartía, que todas las palabras que
salían de sus labios. De hecho todos lo abandonaron cuando sobre su cabeza
surgió la tormenta de la persecución de los poderosos y sólo su madre y tres o
cuatro amigos más le acompañaron en su agonía.
La
tarde de aquel viernes, cuando la losa de un sepulcro prestado se cerró sobre
su cuerpo, nadie habría dado un euro por su memoria, nadie habría podido
sospechar que su recuerdo perduraría en algún sitio, fuera del corazón de
aquella pobre mujer -su madre- que probablemente se hundiría en el silencio del
olvido, de la noche y de la soledad.
Y...
sin embargo, veinte siglos después, la historia sigue girando en torno a Aquel
hombre. Los historiadores -aún los más opuestos a él-siguen diciendo que tal
hecho o tal batalla ocurrieron tantos o
cuantos años antes o después de él. Media humanidad, cuando se pregunta por sus
creencias, sigue usando su nombre para denominarse. Dos mil años después de su
vida y muerte, se siguen escribiendo cada año más de mil volúmenes sobre su
persona y doctrina. Su historia ha servido como inspiración para, al menos, la
mitad de todo el arte que ha producido el mundo desde que él vino a la tierra.
Y, cada año, decenas de miles de hombres y mujeres dejan todo: -sus familias,
sus costumbres, tal vez hasta su patria- para seguirle enteramente, como
aquellos doce primeros amigos.
¿Quién,
quién es este hombre por quien tantos han muerto, a quien tantos han amado
hasta la locura y en cuyo nombre se han hecho también tantas violencias? Desde hace
dos mil años, su nombre ha estado en boca de millones de agonizantes, como una
esperanza, y de millares de mártires, como un orgullo.
¡Cuántos
han sido encarcelados y atormentados, cuántos han muerto sólo por proclamarse seguidores
suyos! Y también ¡cuantos han sido obligados a creer en él con riesgo de sus
vidas, cuantos tiranos han levantado su nombre como una bandera para justificar
sus intereses o sus dogmas personales! Su doctrina, paradójicamente, inflamó el
corazón de los santos y las hogueras de la Inquisición.
Discípulos
suyos se han llamado los misioneros que cruzaron el mundo sólo para anunciar su
nombre y discípulos suyos nos atrevemos a llamarnos quienes -¡por fin!- hemos
sabido compaginar su amor con el dinero.
¿Quién
es, pues, este personaje que parece llamar a la entrega total o al odio
frontal, este personaje que cruza de medio a medio la historia como una espada
ardiente y cuyo nombre -o cuya falsificación produce frutos tan opuestos de
amor o de sangre, de locura magnífica o de vulgaridad? ¿Quién es y qué hemos
hecho de él, cómo hemos usado o traicionado su voz, qué jugo misterioso o
maldito hemos sacado de sus palabras? ¿Es fuego o es opio? ¿Es bálsamo que
cura, espada que hiere o morfina que adormila? ¿Quién es? ¿Quién es?
Pienso
que el hombre que no ha respondido a esta pregunta puede estar seguro de que
aún no ha comenzado a vivir. Gandhi escribió una vez: "Yo digo a los
hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de
Jesús". ¿Y qué pensar entonces de los cristianos -¿cuántos, Dios mío?- que
todo lo desconocen de él, que dicen amarle, pero jamás le han conocido
personalmente? Y es una pregunta que urge contestar porque, si él es lo que
dijo de sí mismo, si él es lo que dicen de él sus discípulos, ser hombre es
algo muy distinto de lo que nos imaginamos, mucho más importante de lo que creemos.
Porque si Dios ha sido hombre, se ha hecho hombre, gira toda la condición
humana. Si, en cambio, él hubiera sido un embaucador o un loco, media humanidad
estaría perdiendo la mitad de sus vidas.
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