Sean Sal y Luz (Mateo 5, 13-16)



La Sal Produce Sed
Todos sabemos que cuando se
consume sal o alguna comida muy salada inmediatamente se va a sentir sed.

De esta forma, el Señor nos
enseña por medio de su palabra que nosotros con nuestro testimonio de vida,
debemos crear sed en las demás personas, para que puedan venir a Cristo. De tal
manera, que él no creyente  pueda decir
“yo quiero conocer el Dios en quien tú confías” Por lo tanto, el Cristianismo
en este mundo es lo mismo que la sal es para las comidas. Sin la influencia de
la iglesia Cristo en este mundo, las personas no tienen significado o
propósito. Porque las personas no comprenden que lo que les da el verdadero
significado a sus vidas es Jesucristo” De tal manera que sin Cristo, una
persona vive insípidamente probando todo en esta vida tratando de llenar sus
vacíos, Jesús, mirando a los discípulos en Mateo 5,13, dijo: “Vosotros sois la
sal de la tierra”.

No dijo que deberían estar
salados o salerosos. No les dijo que tenían que hacer algo para convertirse en
sal. Sino más bien, en el momento de su salvación, en el momento de la
conversión, el creyente se convierte en la sal de la tierra. La sal se pone en
los alimentos en pequeña cantidad, pero lo penetra y sazona todo. Así de esta
forma nuestra sal por pequeña que sea da su sabor. El cristiano no ha recibido
el Evangelio y el conocimiento de Cristo sólo para sí mismo, sino para
comunicarlo a los demás. Con esta metáfora Jesús indica la tarea de trabajar
para que en el ambiente rijan los criterios y valores evangélicos. Todo
cristiano debe sentir la urgencia de San Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizara!
Evangelizar no es para mí ningún motivo de gloria; es un deber que me incumbe”
(1Co 9,16).

 Ante esta metáfora de la sal hay una cosa que
es necesario evitar cuidadosamente: perder el sabor. Es decir, perder la
incidencia sobre la realidad, porque se han perdido los criterios de Cristo y
se han adoptado los de la mayoría: se piensa y se actúa como todos, se
sustentan las mismas ideas, se vierten las mismas opiniones, se adoptan los
mismos criterios: es como la sal que se ha vuelto insípida. Cuando alguien ha
caído en este estado, es difícil que se convierta y vuelva a ser fiel a su
misión de cristiano. Esto es lo que quiere decir Jesús con su pregunta: «¿Con
qué se la salará?». La respuesta obvia es: «Con nada», pues nadie echa sal a la
sal. En este caso rige una palabra terrible de Jesús por lo realista que es:
«Para nada sirve ya sino para ser arrojada fuera y ser pisoteada por los
hombres». También contra este peligro nos exhorta San Pablo: «No os acomodéis a
la mentalidad del mundo, antes bien transformaos mediante la renovación de
vuestra mente de forma que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, lo
bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12,2).

Dios es luz, en él no hay
tiniebla alguna» (1Jn 1,5). La luz no es sino participar de la vida de Dios,
que es lo mismo que la santidad. Así adquiere toda su profundidad la afirmación
de Jesús: “Yo soy la luz del mundo”. Según la enseñanza de Jesús, también sus
discípulos son “luz del mundo», porque ellos viven la vida de Dios y están
llamados a «ser santos como Dios es santo» (Mt 5,48). Su situación está
expresada así: “En otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el
Señor” (Ef 5,8). La luz, por su propia naturaleza, ilumina. Podemos decir que
su testimonio es irresistible. Imposible no sentirse atraído poderosamente por
el testimonio de un San Francisco de Asís, del beato Carlos de Foucauld, de San
Agustín y de tantos otros santos. Ellos proyectaban una luz potente que movía a
los hombres a alabar a Dios y cambiar de vida.

Una excelente aplicación de las
palabras de Jesús la tenemos en la magnífica respuesta que dio San Francisco de
Asís a fray Maseo,  cuando éste le
preguntó: “¿Por qué todo el mundo se va detrás de ti y toda persona parece que
desea verte, oírte y obedecerte? ¿Tú no eres un hombre bello, ni de grande
ciencia, ni noble? ¿De dónde entonces que todo el mundo se vaya detrás de ti?”.



San Francisco, después de estar
un largo rato con el rostro vuelto hacia el cielo, respondió: “¿Quieres saber
por qué todo el mundo se viene detrás de mí? Porque los ojos de aquel santísimo
Dios no han visto entre los pecadores ninguno más vil, ni más incapaz ni más
gran pecador que yo y para hacer aquella obra maravillosa que Él desea hacer,
no ha encontrado otra criatura más vil sobre la tierra, y por eso me ha elegido
a mí, para confundir la nobleza, la grandeza, el poder, la belleza y la
sabiduría del mundo, de manera que se sepa que toda, toda virtud y todo bien
viene de Él y no de la criatura, y ninguna criatura pueda gloriarse ante Él,
sino que quien se gloría se gloríe en el Señor, a quien es todo honor y gloria
por la eternidad» (Florecillas).

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