CUIDADO CON MATAR LOS SUEÑOS
CUIDADO CON
«MATAR» LOS SUEÑOS
Si
algo es incuestionable en la vida de todo cristiano es su capacidad para soñar.
Un mundo diferente, unas relaciones nuevas, tiempos sin reloj, encuentros sin
precio, palabras con profundidad, levantar al caído, sanar al enfermo, consolar
al triste… Son sueños, con vestigios de vida, pero sueños.
Mientras
escribo esto o lo pienso, sigue habiendo quien cae y quien llora; sigue
habiendo personas solas y sigue triunfando por algunos lugares la
incomprensión, el juicio y hasta el desprecio. Pero algunos no dejamos de
soñar. Es un sueño especial, tanto que nos mantiene despiertos. Es un sueño de
visión y misión. ¡Claro que quien nunca sueña todo le parecen palabras! No es
su culpa, es que ha perdido la libertad de soñar y si no espabila, llegará a no
hacerlo nunca reduciéndolo todo a números. Llegarán incluso a medir los minutos
para amar a Jesús.
La
vida en el espíritu, es el lugar para
las mujeres y hombres que sueñan. Porque el Reino es el sueño de posibilidad
para una humanidad nueva. Por eso no habrá fuerzas ni golpes ni convulsiones
que consigan apagar los sueños porque, si un día se borrase ese sí, incondicional a Dios sería el último de la vida de la fe.
Hay
espacios especiales para compartir sueños. Son las fraternidades. Convocadas
por un sueño, son el mejor lugar para escuchar embelesados los grandes sueños
que toda vida guarda. Y para que eso suceda, lo mejor es que te atrevas a
compartir los tuyos. Incluso aquellos que llevan tiempo guardados en el cajón
de la memoria. Los sueños donde te sabías libre y ágil y disponible y sincero o
sincera. Los sueños donde no tenías miedo porque el miedo, en los sueños de
evangelio, no existe. Los sueños donde la fraternidad no solo es posible, sino
que es un «lugar común» de todo cristiano.
Es
verdad que algunos tienen miedo a los sueños. Son manadas de prácticos y
prácticas que actúan como manada, por la fuerza. No es que no quieran soñar, es
que tienen miedo. Alguna vez han soñado cosas diferentes a las que viven, pero
como son muy prácticos, enseguida les suena «el despertador de lo real» y se
ven devueltos al engranaje de horarios, organigramas y «verdades» que los han
sostenido en las últimas décadas. Sueñan, como nuestros jóvenes de la
«generación Z» con apenas 8 segundos de atención… después viene el tiempo real,
el tiempo de conservación, el tiempo de «más de lo mismo». Por eso muchas
conferencias y textos; muchos relatos del «sueño evangélico de nuestro tiempo»
se aplauden y duran lo que dura el aplauso.
Los
sueños de transformación de la vida en Dios son bien reales. Se apoyan en vidas
comprometidas con el sueño de Dios. Solo quienes tienen largo tiempo con él
llegan a alcanzar el sueño del Evangelio. Son, eso sí, soñadores para los
escépticos. Incómodos para quienes no quieren que nada cambie, porque su
seguridad está en que no pase nada. Son un interrogante para quienes se
proponen hablar de Jesús y su amor con híper-realismo, porque nunca han amado.
Son sueños imposibles para quienes asocian vida consagrada o comunidad con
miedo, porque intuyen que contar a sus hermanos o hermanas quienes son o como
son, es un sueño bochornoso.
Pero
lo cierto es que necesitamos sueños. Y además con autor o autora. No hay dos
sueños iguales, aunque los sueños del Reino se encuentran. Necesitamos espacios
para soñar sin miedo al fracaso. Necesitamos comunidades soñadoras que algunos
expresamente les parezcan ilusas o locas. Necesitamos gestos nuevos, empapados
de sueños que devuelvan esperanza y así descanse el escepticismo y la crítica
tan crecida en los «prácticos». Necesitamos sueños y no que los maten. En ellos
está nuestro presente y la posibilidad de que haya porvenir. Y también
necesitamos valentía para no dejarlos morir a fuerza de realismo. En esos
casos, cuando parece que estás solo o sola en el empeño es bueno que sepas que
cerca, o no tan cerca, hay alguien que sueña y que necesita saber que tú sigues
soñando.
Dios sueña grandes cosas con nosotros! Lamentablemente, nosotros no queremos soñar con grandes cosas. Son los valientes quienes se atreven a creer en los grandes sueños y los cobardes se quedan, porque no quieren ponerle el hombro a los grandes sueños de Dios. Básicamente hay dos clases de sueños, los sueños de los necios y los de Dios.
ResponderEliminar¿Qué es un sueño? Es una promesa, es algo que no existe pero tiene el potencial de existir. Si el sueño es grande, lo que va a resultar de él es algo grande y si es pequeño, resultará en algo pequeño. ¡Así de simple!
Hay una frase que determina la clase de vida que tendrás y dice así: “Nadie puede vivir más alto de los sueños que tiene”. Si tú no tienes sueños, no tienes nada por lo cual luchar; no tienes dirección, estás desorientado y no sabes para dónde ir, porque los sueños direccionan las fuerzas de las personas. En última instancia, todos tenemos sueños, y dije que están los sueños de los “giles” y los sueños de Dios. Hay sueños que no sirven para nada, Jesús dijo que todo lo que proviene de la carne, carne es; y todo lo que proviene del espíritu, espíritu es. Así que hay sueños que son de la carne y otros que son del espíritu. Los sueños de la carne no aprovechan.
¿Qué características tienen éstos? Los sueños que surgen del corazón del hombre “vuelan bajito”, es decir, ¡no son grandes! Sueñas, por ejemplo, con un sueldo, con un trabajo mejor; sueñas con una casa mejor, etc. Sueñas con esas cosas a las que Jesús llama añadidura. En cambio hay sueños que tienen que ver con el reino de Dios; hay sueños pues, que son de Dios otros que son tuyos.
Cuando surgen los grandes sueños de Dios, algunos dicen: “No sé, tengo que orar y ayunar” o “No lo siento”. O miran raro y exclaman: “¡Yo no puedo hacer eso!” “¡Esto es imposible!” “¡Yo no tengo palabras, no estoy preparado!” Hay cristianos que toda su vida han estado diciendo, “me tengo que preparar” y se la pasan de instituto en instituto. Saben todo pero cuando quieres ver su trabajo, ¡no han hecho nada!
Los sueños no son cosas que se discuten, sino que se hacen; no son de los opinólogos u oidores sino de los hacedores, mucho menos de los habladores. ¡Los sueños de Dios son grandes! Y Él ejecuta sus planes en la tierra, poniendo sueños en el corazón del hombre. Los hombres captan por la fe, los sueños de Dios y los llevan a cabo, entonces el Señor se siente realizado con aquellos que ponen manos a la obra a sus sueños. Dios se ha asociado al hombre y a los que no llevan a cabo los sueños del Señor, Él los llama cobardes y éstos no entrarán en el reino de los cielos. ¡Dios les llama cobardes a aquellos que no se animan a hacer lo que Él quiere! Los sueños de Dios son grandes, son emprendimientos que el hombre no puede hacer por sí mismo y no se harán si el Señor no interviene. Si el hombre se asocia a Dios, el poder del Señor estará al servicio del hombre que realiza los sueños de Dios; el poder del Señor estará al servicio de aquel que le ama y quiere hacer su voluntad. La inteligencia y la sabiduría de Dios estarán al servicio de aquellos que quieren llevar a cabo los planes del Señor. “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. ¡Señor, yo voy a hacer aquellas cosas que se hacen en el cielo, aquí en la tierra!
Quiero decirte que tú eres quien frena la voluntad de Dios en tu vida y que sólo tú puedes decidir si haces la voluntad del Señor o no
Juan ermitaño